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Airaos, pero no pequéis

El pasar de los tiempos nos lleva a ver las cosas muy diferentes. Vivimos en una época donde los valores se desmoronan, la paciencia escasea y los conflictos parecen multiplicarse a cada instante. Los problemas y las tensiones se han convertido en parte del día a día del ser humano, y muchos han perdido la capacidad de responder con calma y templanza. La altivez, el orgullo y la falta de empatía dominan los corazones de muchos. Hoy en día, las personas se irritan fácilmente, se ofenden por todo y buscan pleito sin motivo. El amor se enfría, y la humildad, que debería gobernar nuestras relaciones, ha sido reemplazada por la soberbia y el deseo de tener siempre la razón.

Es normal que nos airamos en determinados momentos, porque todos enfrentamos situaciones que nos sacan de nuestro control. La ira, como emoción, no es en sí un pecado, pero cuando no se maneja con sabiduría puede convertirse en una herramienta peligrosa en manos del enemigo. En este tiempo, vemos cómo la falta de dominio propio ha llevado a muchos a cometer errores irreparables: palabras dichas sin pensar, discusiones violentas, rupturas familiares e incluso tragedias. La Biblia nos advierte que debemos cuidar nuestro corazón, porque de él mana la vida (Proverbios 4:23). El enojo sin control no solo destruye relaciones, sino también la paz interior y la comunión con Dios.

El apóstol Pablo, consciente de la fragilidad humana, nos dejó un consejo muy sabio en su carta a los efesios:

Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo.

Efesios 4:26

Este versículo encierra una enseñanza poderosa: sentir enojo es algo humano, pero permanecer en él es peligroso. Dios no nos prohíbe sentir ira, pero sí nos llama a controlarla y no permitir que nos conduzca al pecado. Cuando dejamos que el enojo gobierne nuestra mente, abrimos la puerta al enemigo para que siembre resentimiento, odio y división. Por eso, la advertencia es clara: “no se ponga el sol sobre vuestro enojo”. En otras palabras, no permitas que el día termine sin haber perdonado o sin haber buscado la paz. Cada día debe cerrarse con un corazón limpio delante de Dios, libre de rencor y amargura.

El consejo bíblico nos invita a actuar con prudencia. Cuando la ira toque tu corazón, detente antes de reaccionar. Ora, respira, y deja que el Espíritu Santo te guíe. La persona sabia no se deja arrastrar por el impulso; sabe discernir cuándo hablar y cuándo callar. El sabio libro de Proverbios también dice: “El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad” (Proverbios 14:29). Quien pertenece a Dios aprende a dominar sus emociones porque sabe que un corazón en paz agrada al Señor.

En estos tiempos donde las tensiones sociales y familiares crecen, es vital recordar que el enojo no se vence con más enojo. Solo el amor y la paciencia pueden quebrar el círculo de violencia que el mundo promueve. Si respondemos al mal con bien, desarmamos las estrategias del enemigo. Jesús mismo nos enseñó: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Esa mansedumbre no es debilidad, sino fortaleza bajo control. Es la capacidad de mantener la calma cuando todo a nuestro alrededor se descompone.

La persona sabia, aquella que verdaderamente pertenece a Dios, cuando llega la ira, no escucha la voz del enemigo. En lugar de actuar con impulso, se detiene, reflexiona y pide a Dios paciencia. El Espíritu Santo actúa en su interior, dándole la serenidad necesaria para superar el momento sin caer en pecado. Esa persona no guarda resentimiento ni busca venganza, porque ha aprendido a perdonar y a dejar las cargas en manos del Señor. Y cuando lo hace, experimenta una paz que sobrepasa todo entendimiento.

¿No estás escuchando la voz de Dios en medio de tus enojos y frustraciones? Hoy es un buen momento para hacer una pausa y meditar en Su Palabra. El enojo no debe gobernar tu corazón, porque donde hay ira, el amor no puede florecer. Acércate a Dios, pídele que quite toda raíz de amargura, que te enseñe a perdonar y a dominar tus emociones. No dejes que el sol se ponga sobre tu enojo; entrégale tus cargas al Señor antes de dormir. Recuerda que el perdón trae descanso al alma y que la mansedumbre es señal de madurez espiritual. Deja la ira, aparta todo enojo y permite que el amor de Cristo reine en tu vida. Entonces podrás vivir en verdadera paz, bajo la guía del Dios que todo lo transforma.

El Dios mío me oirá
La mujer sabia edifica su casa
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