La buena conducta es digna de imitar, pero la mala conducta solo puede traer mala enseñanza a una persona que quiera aprender a hacer el bien.
El comportamiento de una persona, especialmente cuando ocupa una posición visible o de autoridad, tiene un impacto directo en quienes la observan. Por eso, toda persona que lidera, ya sea en el ámbito laboral, educativo, político o espiritual, debe ser consciente de que su ejemplo influye en otros. Una vida íntegra inspira respeto y confianza, mientras que una conducta incorrecta puede sembrar confusión y desánimo. La verdadera autoridad no se sostiene en el poder o en el título, sino en el testimonio diario que respalda las palabras. Cuando alguien vive con rectitud, sin necesidad de exigirlo, los demás reconocen su ejemplo y se sienten motivados a seguirlo.
Cualquier persona en una posición de liderazgo, ya sea un cargo importante en una empresa o cualquier tipo de institución, debe tener una actitud digna de seguir e imitar para que la organización que dirige pueda avanzar. De nada sirve ocupar un puesto alto si la vida que se lleva contradice los valores que se predican. El liderazgo es una responsabilidad, no un privilegio; y quien dirige a otros debe hacerlo con humildad, justicia y compromiso. Un líder verdadero guía con el ejemplo, no con imposiciones. Es fácil mandar, pero es más difícil servir, enseñar con paciencia y corregir con amor.
Nosotros como cristianos debemos acatar los mandatos que Dios nos ha puesto, y en la Biblia encontramos una enseñanza muy clara relacionada con los pastores y guías espirituales:
Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.
Hebreos 13:7
Este pasaje nos recuerda que la verdadera autoridad espiritual no se basa solo en palabras o conocimiento, sino en la conducta. El escritor de Hebreos exhorta a los creyentes a recordar a aquellos que les enseñaron la Palabra, a observar cómo vivieron, y a imitar su fe. Pero también hay una advertencia implícita: no todos los que enseñan lo hacen con buena doctrina. Por eso, debemos ser cuidadosos al seguir a alguien; no por su carisma o popularidad, sino por su fidelidad a Cristo y a Su Palabra. El liderazgo espiritual debe reflejar pureza, sinceridad y una vida sin mancha.
Si un líder no marcha bien delante de Dios, si su vida contradice el mensaje que predica, entonces no podremos imitar su fe, porque carece de ella. Un líder sin comunión con Dios no puede guiar a otros hacia Él. Por eso es vital examinar la enseñanza que recibimos y el testimonio de quienes nos dirigen. En un tiempo donde abundan falsas doctrinas y líderes que buscan más reconocimiento que servicio, la Iglesia debe volver a mirar al modelo supremo: Jesucristo, el Pastor de pastores.
Esta es una gran advertencia para nosotros hoy. No basta con escuchar un buen mensaje o seguir una tendencia espiritual. Debemos analizar, escudriñar y asegurarnos de que lo que seguimos está en armonía con las Escrituras. La Biblia nos llama a probar los espíritus, a discernir entre lo verdadero y lo falso, y a mantenernos firmes en la sana doctrina. Un líder fiel no se exalta a sí mismo, sino que exalta a Cristo y guía a otros hacia Él.
Por tanto, debemos cuidarnos de aquellos que aparentan ser imitadores de Cristo, pero no lo son en su vida diaria. Imitar lo bueno implica seguir lo que glorifica a Dios, no lo que agrada a los hombres. El apóstol Pablo dijo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). Ese es el modelo a seguir: vidas que reflejen a Cristo, que inspiren fe, amor y obediencia a la verdad. Que nuestro deseo sea vivir de tal manera que otros puedan ver a Jesús en nosotros. Así, más que palabras, nuestra conducta será un testimonio vivo del poder transformador de Dios.