La persona más importante de toda la Biblia se llama Jesucristo, y un hombre llamado Juan el Bautista tuvo el privilegio de preparar el camino del Mesías, de anunciar a Aquel del cual él no era digno de desatar sus sandalias.
Y será grata a Jehová la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, y como en los años antiguos.
Malaquías 3:4
Los primeros versos de Malaquías 3 son una respuesta de parte de Dios a la queja de su pueblo Israel, porque ellos entendían que el justo estaba siendo oprimido por el injusto, entonces, Dios les da la promesa de Juan el Bautista, quien sería el profeta elegido por Dios para preparar el camino del Mesías:
1 He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos.
2 ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores.
3 Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia.
En estos versos no solamente se habla de Juan, sino también de Jesús, el cual es como fuego purificador y como jabón de lavadores, denotando que Jesús vendría a purificar a su pueblo, a santificarlos y volverlos a Dios.
Y es por ello que el verso 3 nos habla de que la ofrenda de Judá será grata al Señor como en los antiguos días. No por la justicia de Jerusalén, sino por la justicia de Cristo en la cruz salvando a pecadores.
El profeta Malaquías fue usado por Dios para traer una palabra de advertencia y esperanza al pueblo. Israel se encontraba en una etapa de frialdad espiritual, habían perdido la pasión por el servicio a Dios, y los sacrificios se habían vuelto rituales vacíos. Sin embargo, Dios, en su misericordia, promete enviar a un mensajero que abriría nuevamente el corazón de las personas a la verdad. Ese mensajero era Juan el Bautista, cuya misión sería preparar los corazones para recibir a Jesús, el Salvador del mundo.
Juan no vino para atraer multitudes con palabras de adulación, sino para llamar al arrepentimiento. Su voz resonaba en el desierto, clamando: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”. Su mensaje era directo, poderoso y lleno de autoridad, porque hablaba impulsado por el Espíritu de Dios. No buscaba su propia gloria, sino que señalaba siempre hacia Cristo, diciendo: “Es necesario que Él crezca, y que yo mengüe”. Esa actitud humilde es un ejemplo para todos los siervos de Dios que desean ser usados en su obra.
Cuando el texto de Malaquías dice que el Señor vendrá súbitamente a su templo, se refiere al momento en que Jesús, siendo ya adulto, entró al templo y purificó aquel lugar echando fuera a los cambistas. Aquello fue una manifestación literal del cumplimiento de esta profecía. Cristo no solo limpió el templo físico, sino que también vino a limpiar los templos espirituales —nuestros corazones— de toda impureza. Por eso se le compara con fuego purificador y jabón de lavadores. El fuego quema lo impuro; el jabón limpia lo que está manchado. Así actúa Cristo en la vida del creyente, eliminando todo lo que no glorifica a Dios.
El proceso de purificación no siempre es fácil. Tal como el orfebre que afina el oro y la plata mediante el fuego, Dios permite circunstancias difíciles para eliminar de nosotros lo que no sirve. En ese fuego espiritual somos moldeados y transformados para reflejar la imagen de Cristo. Malaquías dice que el Señor se sentará a afinar y limpiar la plata, mostrando que Él no se apresura, sino que obra con paciencia. Dios no nos deja a medio proceso; Él permanece hasta que su propósito se cumple y su reflejo se ve claramente en nosotros.
Los hijos de Leví, mencionados en este pasaje, representaban a los sacerdotes encargados del servicio en el templo. Dios les promete que serán purificados para ofrecer sacrificios agradables. En el nuevo pacto, todos los creyentes somos llamados sacerdotes del Dios Altísimo, y de igual forma debemos ser limpiados para ofrecer sacrificios espirituales aceptables: alabanzas, obediencia y una vida santa. No se trata de una limpieza superficial, sino de una renovación total del corazón y del alma.
Así, cuando el verso dice que la ofrenda de Judá será grata a Jehová como en los días antiguos, está apuntando al cumplimiento perfecto en Cristo. Jesús es el sacrificio supremo, la ofrenda agradable que reconcilia al hombre con Dios. Ya no es necesario presentar animales en el altar, porque el Cordero de Dios fue inmolado una vez y para siempre. Todo aquel que cree en Él es purificado por su sangre y transformado por su gracia.
Por tanto, este pasaje de Malaquías no solo anuncia la llegada de Juan y de Cristo, sino que también nos recuerda que cada creyente necesita pasar por el fuego purificador de Dios. No podemos servir al Señor con corazones divididos ni con vidas manchadas por el pecado. Debemos permitir que el Espíritu Santo nos refine hasta que podamos presentar nuestras vidas como ofrenda viva, santa y agradable a Dios, tal como Él se merece.