Cumple tu ministerio

Como hijos de Dios tenemos el compromiso de cumplir con nuestro llamado, ser responsables delante de Dios nos hace ser mejores personas y con una buena y agradable mirada del Señor hacia nosotros.

Fuimos llamados para llevar la palabra de Dios, este es nuestro gran compromiso, hacer las cosas correctas, que nuestras pisadas sean en el buen camino, dando a conocer el evangelio de salvación a aquellos que todavía no lo conocen. Honremos a nuestro Dios con el ministerio que se nos entregó.

Actuemos de buena voluntad, practiquémoslo con amor día tras día. Dios siempre nos ayudará y fortalecerá para que podamos continuar en la lucha.

En 2 de Timoteo 4:5, aquí podemos ver el mandato que se le da a Timoteo sobre el compromiso que tenía de llevar adelante este tan grande ministerio:

Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.

2 Timoteo 4:5

Lo primero es que, de esta forma se les comienza a hablar a este hombre: «Pero tú sé sobrio», es decir «haz las cosas bien y en orden, ten cuidado y soporta las aflicciones». Se le estaba aconsejando a cumplir con lo que se le había otorgado de una manera sobria.

Así vemos ver claramente, que para Timoteo llegar a cumplir su ministerio, su responsabilidad de evangelista, debía pasar por dificultades y pruebas, pero debía tener una mente fría en el Señor para poder soportar todo y cumplir correctamente.

Nosotros podemos tomar ese consejo para nosotros también. Cumplir con el compromiso que Dios nos entregó, soportando de manera sobria todas las dificultades que se nos presenten en el camino.

El compromiso con Dios no es algo ligero ni temporal; es una entrega constante, una fidelidad que se demuestra en los pequeños actos del día a día. Cuando decidimos seguir a Cristo, no lo hacemos por emoción, sino por convicción, sabiendo que hemos sido comprados a precio de sangre y llamados a servir con diligencia. Cumplir con nuestro ministerio significa ser testimonio vivo del poder transformador del Evangelio, y esto requiere disciplina, oración y dependencia total del Espíritu Santo.

Cada creyente tiene un ministerio, aunque no todos sean iguales. Algunos sirven desde el púlpito, otros desde el silencio del servicio, otros enseñando, otros intercediendo en oración. Todos, sin embargo, son llamados a ser fieles en lo que Dios les ha encomendado. Cuando descuidamos ese llamado, corremos el riesgo de apagar el fuego del Espíritu y convertirnos en creyentes pasivos. Pero cuando lo abrazamos con gozo y compromiso, encontramos propósito y dirección en medio de un mundo sin rumbo.

Dios no nos pide perfección, sino fidelidad. Él sabe que fallaremos, pero también sabe que Su gracia es suficiente para levantarnos. Cumplir nuestro ministerio no es hacerlo todo sin errores, sino perseverar aun cuando el cansancio o las pruebas nos visitan. Como Timoteo, debemos recordar que cada dificultad forma parte del entrenamiento espiritual que nos prepara para servir mejor.

El apóstol Pablo, en sus cartas, constantemente exhorta a no desmayar, a pelear la buena batalla de la fe. Esto nos recuerda que el servicio cristiano implica lucha y constancia. No siempre habrá aplausos ni reconocimiento humano, pero el Padre que ve en lo secreto recompensará públicamente. Por eso, cuando nadie te vea, sigue sirviendo. Cuando parezca que tu esfuerzo no da fruto, sigue sembrando. Dios nunca olvida el trabajo de aquellos que lo aman y trabajan para su gloria.

Ser sobrio también significa tener claridad espiritual, no dejarse dominar por las emociones ni por el desánimo. Timoteo debía mantenerse firme, sin dejarse llevar por las modas o las corrientes del momento. Nosotros, de igual manera, debemos cuidar nuestra mente y nuestro corazón, porque de ellos mana la vida. El enemigo intentará distraernos, pero el Espíritu Santo nos da dominio propio y sabiduría para perseverar.

Soportar las aflicciones es una parte inevitable de la vida cristiana. Jesús mismo dijo: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo». Las pruebas no son señales de abandono, sino evidencias de que Dios está moldeando nuestro carácter para algo mayor. En esos momentos, nuestra fe se purifica y se fortalece. Aprendemos a depender menos de nosotros y más del Señor.

Cumplir nuestro ministerio también implica compartir el Evangelio con amor. No todos lo recibirán bien, pero eso no debe detenernos. Cada palabra que damos, cada acción de amor que mostramos, puede ser una semilla que Dios use para transformar un corazón. Nuestra obediencia, por pequeña que parezca, tiene un valor eterno en el Reino de Dios.

Por eso, hermanos, no detengamos nuestra marcha. Que nada nos aparte del llamado santo que hemos recibido. Seamos como Timoteo: sobrios, constantes, y comprometidos con la obra del Señor. Que cada día sea una oportunidad más para decir: “Señor, aquí estoy, cumpliendo mi ministerio hasta que tú vuelvas”.

La mujer virtuosa es corona de su marido
Rut: Ejemplo de mujer virtuosa