Claramente cuando escuchamos o leemos las palabras mencionadas en el título del post, el autor de esta frase nos enseña que debemos prestar atención a lo que Jesús decía, a Su palabra, porque por vía de Su palabra podemos prepararnos para reunirnos con Él en aquel gran día.
Además de ser una enseñanza, también es una advertencia a no ignorar estas palabras, ya que las consecuencias de ignorar las palabras de nuestro Amado Señor Jesucristo pueden ser desastrosas.
Cuando estamos atentos a Su palabra, a todo lo que el Señor nos habla, con esto somos obedientes y estamos seguros, ya que debemos siempre estar sujetos de Él para no deslizarnos y ser arrastrados por la corriente de la carne, el mundo y sus deseos.
Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.
Hebreos 2:1
«Es necesario», «con diligencia». Son palabras de pura advertencia a que atendamos a lo que hemos visto y oído, porque esta es nuestra esperanza, el poder seguir en pie de batalla, ser obedientes en todo. ¿Y cuáles son las consecuencias de no hacer caso a este llamado? Dice en la última parte del versículo anterior: «no sea que nos deslicemos», es decir, no sea que nos desviemos del Camino, que nos perdamos.
Hermanos en Cristo Jesús, guardemos las palabras de nuestro Amado Señor Jesucristo en nuestro corazón y practiquémoslas día a día para que nunca nos desviemos del camino de la verdad y respondamos a nuestro nombre cuando allá se pase lista.
Palabras finales
El llamado del autor de Hebreos sigue siendo tan urgente hoy como lo fue en los primeros siglos. Vivimos en un tiempo en que las distracciones son innumerables, en que la voz del mundo intenta ahogar la voz de Dios, y donde la comodidad espiritual amenaza con adormecer nuestra fe. Es por eso que debemos “atender con más diligencia” a lo que hemos oído. No basta con haber escuchado la palabra una vez; debemos meditar en ella constantemente, repasarla en nuestra mente y aplicarla en cada área de nuestra vida. La negligencia espiritual es uno de los mayores peligros del creyente, porque el enemigo no siempre nos desvía con grandes pecados, sino con pequeños descuidos que, poco a poco, nos alejan del Señor.
Atender diligentemente a la Palabra de Dios implica más que leerla; significa obedecerla, ponerla en práctica y permitir que transforme nuestro carácter. Cada enseñanza de Cristo es una brújula que nos orienta hacia la salvación, y si no la seguimos, corremos el riesgo de extraviarnos. Dios nos habla todos los días a través de Su Palabra, de Su Espíritu y de las circunstancias, pero a veces nuestro corazón está tan lleno de ruido que no podemos oírle. Por eso debemos detenernos, meditar y escuchar con atención lo que Él tiene que decirnos.
Recordemos, amados hermanos, que no hay mayor seguridad que permanecer anclados en la verdad de Cristo. Si atendemos con diligencia a lo que hemos aprendido, seremos fortalecidos frente a las pruebas, permaneceremos firmes frente a las tentaciones y mantendremos viva la llama de nuestra fe hasta el regreso del Señor. Que cada día podamos decir con humildad y convicción: “Señor, quiero atender tu voz, quiero caminar en tu senda, y no permitir que nada me aparte de ti”. Así, cuando suene la trompeta final, podremos estar listos, habiendo permanecido fieles a la palabra de nuestro Salvador.