No existe nada más importante y maravilloso que una persona que haga algo que tenga que ver con las cosas del Señor. ¿Acaso no sientes que es un privilegio enorme cuando sirves en algo que ayude a avanzar el reino de Dios? Debes sentirte así, porque es un privilegio que no todo el mundo tiene. Servir a Dios no es una carga, sino un honor inmenso. Cada acción que realizamos, por pequeña que parezca, cuando se hace con amor y en obediencia a Cristo, tiene un valor eterno ante los ojos del Padre. La Biblia dice:
Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Colosenses 3:17
Este versículo resume la esencia de la vida cristiana: vivir de tal manera que cada palabra, cada decisión, cada obra, refleje a Cristo. No se trata solo de orar o cantar en la iglesia, sino de hacer todo, absolutamente todo, para la gloria del Señor. Cuando un cristiano trabaja, estudia, ayuda a otros o simplemente conversa, debe hacerlo con un corazón agradecido y consciente de que está representando al Rey de reyes.
La Biblia nos enseña que cuando estamos en Cristo somos nuevas criaturas, y esto implica un cambio profundo en nuestro interior, una transformación visible en nuestro carácter, actitudes y prioridades. No podemos decir que estamos en Cristo y seguir viviendo conforme a nuestros viejos hábitos, porque eso sería negar el poder del Evangelio. El cristiano verdadero no solo confiesa con su boca, sino que demuestra con sus actos que Cristo vive en él.
Por eso, cuando Pablo dice “todo lo que hacéis… hacedlo en el nombre del Señor Jesús”, nos está recordando que todo en nuestra vida debe tener un propósito santo. No se trata de ser religiosos, sino de vivir con propósito. Significa actuar pensando: ¿esto honra a Dios? ¿este comportamiento refleja a Cristo? ¿esta palabra edifica a mi prójimo o le hiere? Esa es la diferencia entre un creyente superficial y un discípulo maduro: el discípulo vive para agradar al Maestro en todo momento.
Hay quienes dicen “yo encomiendo mi día a Dios”, pero luego sus acciones contradicen esa oración. No basta con decir que amamos al Señor; debemos demostrarlo con hechos, con un corazón obediente. El Señor Jesús mismo dijo: “Por sus frutos los conoceréis”. Si nuestras obras y palabras no son coherentes con nuestra fe, estamos viviendo una contradicción peligrosa. Recordemos que el mundo nos observa, y nuestro testimonio puede ser una luz que guía o una sombra que confunde.
El cristiano debe reflejar a Cristo no solo en la iglesia, sino en su hogar, en su trabajo, en la calle, en todo lugar. Cada palabra amable, cada gesto de amor, cada ayuda desinteresada, cada perdón otorgado, son semillas del Reino que dan fruto para la gloria de Dios. No hay tarea demasiado pequeña ni ministerio insignificante cuando se hace en el nombre de Jesús. Él observa el corazón más que la magnitud de la obra.
Palabras finales
Amados hermanos, todo lo que hagamos debe tener una sola meta: glorificar a Cristo. Si nuestras acciones no apuntan a Él, debemos detenernos y examinar nuestras intenciones. La vida cristiana no es solo asistir a un templo, sino vivir día a día como embajadores del Reino, mostrando que Jesús es real en nosotros. Servir al Señor con gozo y humildad es la forma más elevada de adoración que puede existir.
Pidamos a Dios que cada día nos ayude a actuar con sabiduría, a hablar con gracia, y a pensar con pureza. Que todo lo que hagamos, sea de palabra o de hecho, lo hagamos con gratitud y reverencia, sabiendo que somos instrumentos en Sus manos. Recordemos siempre que servir a Dios no es un deber, sino una honra; no es una carga, sino una oportunidad de demostrar nuestro amor y devoción al Salvador.
Así que, hermanos, no busquemos reconocimiento humano, sino la aprobación del cielo. Que todo lo que salga de nosotros lleve el sello del nombre de Jesús. Porque cuando vivimos y actuamos para Su gloria, nuestra vida se convierte en una ofrenda agradable ante Dios. Y cuando llegue el día final, podremos escuchar Sus dulces palabras: “Bien, buen siervo y fiel”.