Gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial

Desear estar en los lugares que Cristo Jesús preparó para nosotros es algo que debe estar latente siempre en nuestros corazones. No te dejes seducir por promesas de prosperidad aquí en la tierra, esas personas que prometen tales cosas lo hacen para que tú les des una ofrenda y enriquecerse ellos mismos: «¡Pacta y serás bendecido!». Dicen ellos. «Dame las llaves de tu vehículo, tu casa, títulos de propiedad, prendas, y Dios te los multiplicará». Amados, Dios bendice a quien quiere, no es necesario que le entregues a un mortal lo poco que tienes para que seas bendecido por Dios.

¿Por qué hablamos del tema de la prosperidad? Porque quitar las miradas de las cosas terrenales y ponerlas en las cosas de arriba es algo que debemos hacer urgentemente para que no quitemos la mirada de nuestro amado Cristo Jesús. Las riquezas materiales no son malas, muchos personajes de la Biblia fueron ricos, pero, si en algún momento llegamos a ostentar cantidad de bienes y lujos, que esto no sea impedimento para recordar que nos espera una morada celestial. Pablo habla unas palabras hermosas sobre estas cosas:

Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.

2 Corintios 5:1

«Una casa no hecha de manos». ¿Alguna vez te habías imaginado esto? ¿Habitar en casa hechas por el mismísimo Dios? ¿No es esto algo que supera cualquier majestuosidad que exista aquí en la tierra? Lo mejor de todo esto es que esas moradas son eternas y están en los cielos, no como las moradas pasajeras que están en este mundo.

Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial;

2 Corintios 5:2

Nuestro mayor deseo debe ser estar un día allá en los cielos disfrutando de la majestuosidad y la hermosura que fueron creadas por nuestro Dios. Pablo expresa este anhelo como un gemido espiritual, un deseo profundo que arde en el corazón del creyente. Este mundo, con todos sus placeres y promesas vacías, no puede compararse con lo que el Señor ha preparado para los que le aman. Aquí todo es temporal, pero allá todo será eterno.

Cristo mismo lo prometió cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2). ¡Qué esperanza tan gloriosa! Cada día que pasa nos acerca más al cumplimiento de esa promesa. Y mientras tanto, debemos vivir con los pies en la tierra, pero con el corazón puesto en el cielo. No se trata de despreciar lo que Dios nos da aquí, sino de entender que nada de esto se compara con la gloria venidera.

La verdadera prosperidad no consiste en acumular tesoros materiales, sino en tener una vida llena de paz, amor y comunión con Dios. Un alma en paz con su Creador es más rica que cualquier millonario de la tierra. Jesús advirtió claramente: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino hacéos tesoros en el cielo…” (Mateo 6:19-20). Allí nada se pierde, y cada acto de fe, amor y obediencia se convierte en una joya eterna.

Palabras finales

Amado lector, no pongas tu corazón en lo que perece. No te dejes engañar por voces que prometen riquezas temporales a cambio de tu fe. Todo lo que tenemos viene de Dios, y Él lo multiplica cuando lo usamos con gratitud y obediencia, no por manipulación humana. Recuerda que este cuerpo es un tabernáculo temporal, una tienda de campaña que un día será deshecha, pero nuestra verdadera morada está en los cielos, hecha por las manos del Creador del universo.

Vivamos con la mirada puesta en las cosas eternas, sabiendo que lo que el ojo no vio, ni oído oyó, ni ha subido en corazón de hombre, es lo que Dios ha preparado para los que le aman. No te aferres a lo terrenal; aférrate a Cristo, porque solo en Él tenemos una esperanza viva y un hogar eterno. Mientras caminamos por esta tierra, sirvamos fielmente, agradecidos y con gozo, recordando que nuestra verdadera ciudadanía está en el cielo, de donde esperamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él
Que esta libertad no sea tropezadero para los débiles