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Que esta libertad no sea tropezadero para los débiles

En Cristo somos libres, pero esa libertad tiene una advertencia, y es que no usemos esa libertad como una excusa para hacer lo que queramos.

Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles.

1 Corintios 8:9

En este verso el apóstol Pablo está hablando a aquellas personas que tenían un conocimiento superior en los Corintios, pidiéndoles que no usen ese gran conocimiento para ser tropiezo a los débiles en la casa del Señor.

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Pablo pone el ejemplo de comer carne, que si a tu hermano le es de tropiezo el verte comer carne, pues entonces no la comas delante de él, y esto se aplica en muchas áreas, en las cuales podemos mostrar madurez frente a nuestros hermanos que aún no tienen la capacidad de comprender ciertos misterios.

Si pertenecemos a aquellos en la iglesia que tenemos más madurez, debemos demostrarlo siendo capaces de sobrellevar a aquellos que aún son bebés en cuanto a la fe. El conocimiento sin amor se convierte en orgullo, pero el conocimiento acompañado de amor se convierte en edificación. Por eso Pablo escribe: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica”. No basta con saber, hay que amar, y el amor siempre busca el bienestar del otro antes que el suyo propio.

La libertad cristiana no significa hacer todo lo que deseamos, sino tener la capacidad, por medio del Espíritu Santo, de hacer lo que agrada a Dios. Esa es la verdadera libertad: no la de la carne, sino la del espíritu. Ser libres en Cristo no nos da permiso para vivir desenfrenadamente, sino para servir voluntariamente, como lo hizo nuestro Señor. Él, siendo libre, se hizo siervo, y ese ejemplo debe ser suficiente para guiarnos en la manera de tratar a los demás.

En nuestros días también encontramos situaciones similares a las que vivían los corintios. Hay temas de los que algunos creyentes piensan de una manera y otros de otra, y es precisamente allí donde el amor cristiano debe manifestarse. No todo lo que es lícito conviene, ni todo lo que podemos hacer edifica. La madurez espiritual consiste en saber cuándo abstenerse por amor, en reconocer que nuestra conducta puede afectar la conciencia de un hermano más débil.

De manera que, amado hermano, que el conocimiento superior que nos ha otorgado el Señor no sea un motivo de pretensión, de creer que estamos por encima de los demás. Recordemos que Dios mira al orgulloso de lejos, más al humilde de cerca. La verdadera grandeza del creyente está en su capacidad de amar, de renunciar a sí mismo por el bien de los demás, y de cuidar el cuerpo de Cristo, que es la iglesia.

Palabras finales

La libertad que Cristo nos ha dado es un tesoro precioso, pero también una responsabilidad. No la usemos para alimentar el ego, sino para glorificar a Dios en todo. Cada acción que tomamos, cada palabra que decimos, puede fortalecer o debilitar la fe de alguien más. Por eso debemos vivir conscientes de que somos cartas leídas por todos los hombres, ejemplos vivos del evangelio que predicamos. Si de verdad hemos conocido al Señor, entonces nuestra libertad debe ir acompañada de humildad, prudencia y amor.

El cristiano maduro no se jacta de su conocimiento, sino que usa ese conocimiento para servir. Aprende a callar cuando es necesario, a renunciar a su derecho cuando eso puede edificar al otro, y a poner el bien del prójimo por encima del suyo. Esa es la verdadera libertad: vivir en el Espíritu, guiados por la conciencia limpia, buscando en todo el bien de los demás. Que nuestras acciones nunca sean motivo de tropiezo, sino de inspiración, para que el nombre del Señor sea glorificado en nosotros y a través de nosotros.

Pidamos cada día al Espíritu Santo que nos dé la sensibilidad necesaria para actuar con sabiduría y amor. Recordemos que la madurez espiritual no se demuestra en cuánto sabemos, sino en cómo tratamos a los demás. Que el Señor nos conceda ser ejemplos de amor y prudencia, viviendo con la libertad que Cristo nos dio, pero siempre bajo la guía de Su palabra y la compasión hacia nuestros hermanos. Amén.

Gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial
Seamos sobrios
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