El llamamiento de nuestro Señor para nuestra vida es muy especial, por Su gran amor que nos tiene, Su cuidado y gran misericordia que nos acompaña cada día.
Como creación suya, debemos obedecer y actuar cuando el Señor nos llama a que estemos en sus caminos, a que le sigamos y obremos bajo Su voluntad.
Es tan especial el amor de Dios por nosotros, que aun siendo pecadores, podemos ir delante de Él y con un corazón contrito, humillado, cargado y Él nos aceptará.
Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió.
Mateo 9:9
Mateo era recaudador de impuestos, uno de los oficios que más dinero dejaba en la época. Con todo esto, cuando Jesús le dijo a Mateo «sígueme», este ni siquiera lo pensó, sino que inmediatamente dejó todo lo que estaba haciendo para seguir al Maestro.
¿Tú estás dispuesto a seguir al Maestro cuando te llame? ¿Harías igual que Mateo, que no dudó y lo siguió dejando todo? Él está a la puerta y te llamará, no tardes a responder a Su llamado.
La historia del llamamiento de Mateo nos muestra un principio poderoso: el llamado de Cristo es personal y directo. Jesús no le ofreció riquezas ni posiciones terrenales, solo le dijo «sígueme». Esto nos recuerda que el seguimiento a Cristo no depende de lo que podamos ganar en esta vida, sino de lo que Él puede hacer en nuestra alma. A veces el llamado de Dios nos pide dejar atrás ciertas comodidades, amistades o prácticas que no le agradan. Es una invitación a cambiar de rumbo, y aunque a veces asusta, debemos recordar que lo que Dios tiene preparado siempre es mejor que lo que podamos dejar.
En diferentes partes de la Biblia, observamos cómo Dios llama a hombres y mujeres comunes para usarles en propósitos extraordinarios. Moisés fue llamado desde una zarza ardiente para liberar al pueblo de Israel. Samuel escuchó la voz de Dios cuando aún era un niño en el templo. Los pescadores Pedro, Andrés, Jacobo y Juan fueron llamados mientras arreglaban sus redes, y sin dudar, también lo dejaron todo. En todos estos ejemplos vemos una verdad: Dios no mira la ocupación ni las limitaciones humanas, Él llama con autoridad y espera obediencia.
Responder al llamado de Dios no significa necesariamente dejar nuestro trabajo o familia, sino ponerlo a Él en primer lugar en todas las áreas de nuestra vida. Significa priorizar la obediencia a Su Palabra, vivir bajo Su dirección y confiar en que Él guiará nuestro futuro. El llamado de Cristo nos transforma, porque no solo cambia lo que hacemos, sino lo que somos en lo más profundo del corazón.
Este llamado también es un acto de amor. El mismo Dios que nos creó nos invita a estar cerca de Él, no porque lo necesite, sino porque nos ama y sabe que sin Él nada tiene verdadero sentido. El ser humano busca constantemente propósito y plenitud, y es en Jesús donde se encuentra el verdadero descanso para el alma. Tal como dijo en Mateo 11:28: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.»
Amigo lector, si hoy escuchas en tu corazón la voz de Dios llamándote, no endurezcas tu corazón. Tal vez no se trata de una voz audible, sino de una convicción, una palabra, o de la necesidad de buscarle en oración y arrepentimiento. No importa el pasado que hayas tenido, si lo sigues con sinceridad, Él te recibirá con los brazos abiertos. Recordemos que Mateo era considerado un pecador por su oficio, pero eso no fue impedimento para Jesús, porque Él vino a buscar lo que se había perdido.
En conclusión, el llamamiento de Dios es un privilegio y una responsabilidad. Él sigue diciendo «sígueme» a cada corazón dispuesto. No dejes pasar la oportunidad, porque caminar con Cristo es la decisión más importante de toda la vida. Así como Mateo se levantó sin dudar, levantémonos también nosotros y sigámosle, porque en sus caminos encontraremos la verdadera paz, propósito y salvación.