La religión pura y sin mácula

¿Cómo debe ser nuestra vida en el Señor? Santiago comienza dando un ejemplo de lo que es llevar bien el evangelio de Cristo, y nos señala la forma correcta de servir al Señor, que consiste en visitar a los enfermos, a las viudas, a los ancianos en sus dificultades, y andar en los caminos del Señor sin manchas y sin arrugas.

Asistir al templo y sentarse en un asiento y escuchar a otras personas hablar de la Palabra de Dios no es malo, pero lo que veremos en el versículo central de este artículo es a Santiago hablando ser solidarios con los demás, que si somos hijos de Dios mostremos la obra de Cristo, llevando sanidad y salvación a diferentes lugares, a hogares donde hay personas que necesitan tanto material como espiritual. Esta es la verdadera religión sin mácula delante de Dios.

La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.

Santiago 1:27

En los evangelios Jesús nos hablaba de darle de beber al que tiene sed, darle comida al que tiene hambre, darle vestido al que no tiene ropa. También Santiago nos pone otro ejemplo en el versículo que acabamos de ver, donde nos insta a visitar a los huérfanos y a las viudas en sus momentos malos, y también habla de «guardarse sin mancha del mundo». Sí, debemos mostrarnos puros ante el mundo, porque de nada nos sirve estar llenos de buenas obras y que el pecado habite en nosotros.

De manera que, debemos ser hacedores de la obra de Dios, pero al mismo tiempo debemos cuidarnos del pecado, no permitir que éste llegue a nosotros y no seamos piedra de tropiezo a los demás, sino que sirvamos a Dios en todo el sentido de la palabra, tanto con buenas obras como obedeciendo la palabra para cuidarnos de pecado.

La vida cristiana no se limita a lo que hacemos dentro de las cuatro paredes de un templo, sino a cómo reflejamos el amor de Dios en lo cotidiano. Visitar a una viuda que pasa necesidades, llevar consuelo a un huérfano, tender la mano a un enfermo o simplemente dar una palabra de aliento a quien lo necesita, son acciones que reflejan el carácter de Cristo en nosotros. El cristianismo no es un mero ritual, es una forma de vida que transforma nuestra conducta y nos impulsa a obrar con misericordia.

Jesús mismo dijo en Mateo 25 que en aquel día muchos serán juzgados no por la cantidad de veces que fueron al templo, sino por si dieron de comer al hambriento, si vistieron al desnudo y si visitaron al preso. Esto nos recuerda que servir a Dios implica acción, compasión y entrega hacia los demás. Cada acto de bondad, por más pequeño que sea, tiene un valor eterno cuando se hace en el nombre del Señor.

Por otra parte, Santiago nos advierte también de la importancia de guardarnos sin mancha del mundo. Esto quiere decir que no basta con hacer buenas obras si al mismo tiempo vivimos en pecado o complacemos las obras de la carne. El verdadero siervo de Dios entiende que debe cuidar su corazón, sus pensamientos y sus acciones, porque es allí donde se libra la batalla espiritual. Las buenas obras deben estar acompañadas de una vida íntegra, donde la luz de Cristo sea evidente.

El creyente no puede ser doble: no podemos tener apariencia de piedad pero negar con nuestros hechos el poder de Dios. Una vida sin mancha implica apartarse de la maldad, resistir la tentación y mantenerse firme en la Palabra. Es un reto diario, porque el mundo ofrece múltiples distracciones y tentaciones, pero contamos con la ayuda del Espíritu Santo para perseverar.

Así como Santiago habló de visitar a los más vulnerables, también hoy tenemos oportunidades para aplicar este principio. Podemos visitar hospitales, apoyar ministerios que ayudan a huérfanos, compartir alimento con familias necesitadas o simplemente estar disponibles para escuchar a alguien en dolor. Estas acciones son una manifestación visible de la fe que profesamos, y se convierten en un testimonio poderoso del amor de Dios.

En conclusión, la religión pura y verdadera no se trata de tradiciones vacías ni de apariencias, sino de una fe viva que se expresa en amor al prójimo y en un caminar íntegro delante de Dios. Que nuestra vida sea un reflejo constante de la gracia que hemos recibido, sirviendo con humildad y guardándonos del mal. Recordemos siempre que el Señor no mira solo nuestras palabras, sino nuestro corazón y nuestras acciones. Vivamos de manera que, al vernos, otros puedan glorificar al Padre que está en los cielos.

Jehová salva al pueblo afligido
Despojaos del viejo hombre y vestíos del nuevo hombre