Cuando la Biblia habla del «viejo hombre», se refiere a nuestra antigua manera de vivir, a las cosas que hacíamos antes de que conociéramos a nuestro Amado Señor Jesucristo, a ese tiempo en que andábamos conforme a las obras de la carne.
Por eso es bueno que nos despojemos de ese hombre viejo que vivía antes en nuestro interior, que nos hacía como nosotros quisiéramos, haciendo cuantas cosas dictaba su mente y corazón. Hoy que estamos bajo el mandato del Señor, todas las cosas son diferentes, porque ya no andamos conforme a la carne sino conforme al Espíritu.
Cuando andamos bajo la voluntad de la carne, somos conducidos hacer cuantas cosas ella quiera, pero andamos conforme a la voluntad divina del Señor, pues nuestras vidas serán conducidas a hacer cosas buenas, a andar con sabiduría y obedecer a Aquel que nos dio la vida y que quiere el bien para nosotros.
22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos,
23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente,
24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.
Efesios 4:22-24
El Apóstol Pablo está hablando claramente sobre la antigua manera de vivir y la nueva manera de vivir, esto es, cuando éramos pecadores y cuando conocimos a Cristo. Cuando conocemos a Cristo debemos dejar atrás el pasado y tener una visión nueva, andar conforme al Espíritu, actuar con obediencia ante el Señor.
Si somos renovados por el Espíritu, entonces despojémonos del viejo hombre, sigamos en la santidad, la justicia y la verdad sobre la cual hemos sido enseñados.
Este pasaje nos invita a reflexionar en un punto fundamental de la vida cristiana: la transformación interior. No basta con profesar una fe de labios, sino que es necesario que haya un cambio genuino en nuestras actitudes, pensamientos y acciones. El viejo hombre está lleno de pasiones engañosas, de deseos que aunque parecen dar satisfacción, terminan trayendo ruina al alma. El nuevo hombre, en cambio, busca la justicia y la santidad que solo se encuentran en Cristo Jesús.
Despojarse del viejo hombre no siempre es fácil, pues implica abandonar costumbres, vicios o formas de pensar que durante mucho tiempo estuvieron arraigadas en nosotros. Sin embargo, es una decisión diaria que nos lleva a vivir en comunión con Dios. El cristiano no debe conformarse con una vida superficial, sino que debe esforzarse por ser luz en medio de un mundo que cada vez más se inclina hacia las obras de la carne.
Renovarnos en el espíritu de nuestra mente significa también alimentar nuestros pensamientos con la Palabra de Dios, porque la mente es el campo de batalla donde se ganan o se pierden muchas luchas espirituales. Por eso, cuanto más llenamos nuestra vida con la Biblia, con la oración y con la comunión con el Espíritu Santo, más fortalecidos estaremos para andar como ese nuevo hombre que Dios desea ver en nosotros.
El nuevo hombre no vive según sus propios deseos, sino que está sujeto a la voluntad de Dios. Esto se traduce en actos concretos: amar al prójimo, perdonar, actuar con justicia, vivir en humildad y rechazar todo aquello que contamina el alma. El nuevo hombre es un reflejo de Cristo en la tierra, un testimonio vivo de que el evangelio transforma de verdad.
Recordemos también que este proceso de dejar al viejo hombre y revestirse del nuevo no ocurre de un día para otro, sino que es un camino de santificación progresiva. Habrá momentos de lucha, de debilidad, pero allí es donde la gracia de Dios se manifiesta para levantarnos y fortalecernos.
Amado lector, el llamado de Efesios 4 sigue vigente hoy para nosotros: debemos despojarnos de lo viejo, de lo que nos ata al pecado, y abrazar lo nuevo, lo que proviene de Cristo. Si vivimos bajo la dirección del Espíritu Santo, nuestra vida será ejemplo para muchos y podremos glorificar el nombre de Dios con todo lo que hacemos.
Reflexión final: Cada día tenemos la oportunidad de decidir si seguimos alimentando al viejo hombre con sus engaños o si nos revestimos del nuevo hombre que es conforme a la justicia de Dios. Vivir como nuevas criaturas no es una opción secundaria en la fe cristiana, es el propósito mismo de nuestra redención. Que el Señor nos ayude a permanecer firmes, renovados en el espíritu de nuestra mente, para que cada paso que demos sea en santidad y en verdad.