El peligro de la lengua

Hermanos, debemos cuidar las palabras que pronunciamos con nuestra lengua, pues, con las palabras incorrectas podemos dañar todo lo que esté a nuestro alrededor. La lengua es como tú tener una manzana dañada en medio de 99, pues si esa está dañada, la probabilidad de que las demás se dañen son altas.

La lengua es el miembro más dañino que tiene nuestro cuerpo, las personas que se dedican hablar mentira y hacer maldad, pues con su lengua dañina pueden acabar con todo lo que se pueda encontrar en su alrededor.

Cada día, debemos estar sujetos al Señor, pedirle que nos ayude y que en cada palabra que vayamos a decir, Él pueda tomar el control.

Ya que sabemos lo peligrosa que puede ser la lengua, pidamos a Dios sabiduría para cuidar nuestras palabras delante de los demás y que ante todo nos dé sabiduría para poder controlar nuestra lengua.

Cuando meditamos en este tema, comprendemos que las palabras no son simples sonidos que se llevan el viento. Ellas tienen poder de construir o destruir, de dar vida o de sembrar muerte en el corazón de los demás. Un solo comentario puede levantar el ánimo de alguien que está a punto de rendirse, o también puede hundirlo en la desesperación. Es por eso que Jesús mismo enseñó que de la abundancia del corazón habla la boca, recordándonos que lo que decimos refleja lo que realmente hay en nuestro interior.

No podemos olvidar que muchos conflictos familiares, divisiones en las iglesias o enemistades en la sociedad comienzan con una palabra mal dicha, con una mentira difundida o con una crítica destructiva. Un rumor que parece insignificante puede arruinar la reputación de una persona y dejar heridas profundas que tardan años en sanar. Así de delicado es el uso de la lengua, y por eso el creyente debe vigilar cada palabra que pronuncia, buscando siempre edificar y no destruir.

En la vida cotidiana encontramos muchos ejemplos. Un padre que desanima constantemente a sus hijos con palabras hirientes puede afectar el desarrollo de su autoestima. Una pareja que no mide lo que se dice en momentos de ira puede terminar destruyendo la relación. Y en el ámbito espiritual, un líder que usa mal sus palabras puede desviar a toda una congregación. Todo esto confirma la enseñanza de Santiago: la lengua puede contaminar todo el cuerpo y causar un daño de grandes proporciones.

Por eso debemos aprender a usar nuestra lengua para lo bueno: para dar palabras de aliento, para aconsejar con amor, para corregir con mansedumbre y, sobre todo, para proclamar las verdades de Dios. El apóstol Pablo nos anima en Efesios 4:29 a que ninguna palabra corrompida salga de nuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación. Esta instrucción sigue siendo vital para nuestra vida espiritual y para nuestro testimonio frente al mundo.

Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a tener dominio propio en este aspecto, pues solo con Su ayuda podemos dominar la lengua y convertirla en un instrumento de bendición. La oración diaria debe incluir la petición de que nuestras palabras sean agradables delante de Dios y de bendición para quienes nos escuchan.

Reflexión final: Cada vez que vayamos a hablar, pensemos primero si lo que vamos a decir honra a Dios, edifica a nuestro prójimo y refleja el amor de Cristo. Recordemos que un corazón transformado por el Señor se refleja en una lengua que habla verdad, paz y esperanza. Así, en vez de ser causa de destrucción, seremos portadores de vida y de bendición.

Despojaos del viejo hombre y vestíos del nuevo hombre
Estemos preparados para la venida del Señor