No habrá un anuncio de la fecha del día de la venida del Señor, por eso es bueno que estemos atentos y preparados para ese gran día, donde allí todo será una grande sorpresa.
La misma Biblia nos habla de este día tan maravilloso, este día será un día de gloria, de felicidad, porque todos los que murieron haciendo la obra, los que estén de pie y preparados podrán ser elevados hacia el cielo juntamente con Jesús y sus ángeles.
Seamos fuertes, luchemos, porque nuestro galardón se acerca, seamos diligentes y llevemos los estatutos que nos fueron puestos por ley, leamos las palabras fieles y verdaderas porque en ellas siempre encontraremos la verdad, seremos guiados a toda verdad y justicia.
Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz.
2 Pedro 3:14
Debemos estar preparados para ese gran día, pero ¿de qué manera debemos estar preparados? Esa pregunta está respondida en el versículo anterior, debemos estar sin mancha e irreprensibles delante de Dios, esto es, siendo obedientes a Su palabra, procurando no pecar y siempre pidiendo perdón por si en algo hemos fallado.
Claramente, si nuestros corazones están puestos sobre la gloria del nuevo cielo y la nueva tierra, seguiremos luchando y actuando con gran diligencia para poder llegar a Aquel día y ser levantados.
Por eso hermanos, esforcémonos en los caminos del Señor, andemos bajo la paz de Dios y pacientemente esperemos solo en Él, porque la paciencia del Señor es salvación para otros y para nosotros también. Resistamos hasta el último momento.
La Palabra de Dios también nos recuerda que este acontecimiento será inesperado, como ladrón en la noche. Es decir, no habrá señales exactas ni fecha anunciada, y precisamente por esa razón debemos vivir cada día como si fuera el último, en santidad y obediencia. No se trata de vivir con miedo, sino con esperanza y confianza en las promesas de Cristo, que aseguró que vendría otra vez por los suyos.
Jesús mismo habló sobre estar preparados en la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25). Cinco de ellas fueron prudentes y mantuvieron aceite en sus lámparas, mientras que las otras cinco fueron insensatas y se quedaron fuera del banquete. Esta enseñanza nos invita a estar siempre vigilantes, manteniendo encendida nuestra fe y sin dejar que se apague por las distracciones del mundo.
Asimismo, debemos entender que la preparación no se trata solo de esperar pasivamente, sino de vivir activamente en obediencia y amor. La Biblia dice que la fe sin obras es muerta, lo que nos lleva a reflexionar en la necesidad de vivir practicando la justicia, ayudando a los demás y predicando el evangelio de salvación. Esta es la manera en que mostramos que realmente estamos esperando ese glorioso día.
El apóstol Pablo también exhortó a los creyentes a no dormirse espiritualmente, sino a velar y ser sobrios (1 Tesalonicenses 5:6). Esto significa mantenernos alertas, no dejarnos arrastrar por la indiferencia ni por el pecado, sino vivir en santidad, conscientes de que en cualquier momento el Señor puede venir.
Hoy en día, más que nunca, necesitamos mantener firme nuestra fe. El mundo está lleno de distracciones, problemas, afanes y tentaciones que intentan alejarnos de la esperanza eterna. Pero quienes perseveran hasta el fin, recibirán la corona de vida que el Señor ha prometido a los que le aman. No importa las pruebas que enfrentemos, debemos recordar que nuestra recompensa no es terrenal, sino celestial.
Por lo tanto, querido lector, no desmayes en tu caminar cristiano. Vive en santidad, ora sin cesar, estudia la Palabra y mantén la fe encendida en tu corazón. El regreso de Cristo será un día de gozo para aquellos que lo esperan con amor y fidelidad. Que cada día de tu vida sea una preparación constante para ese gran encuentro con nuestro Salvador.
Reflexión final: No sabemos cuándo será ese día, pero sí sabemos que llegará. Lo importante no es conocer la fecha, sino estar listos en todo momento. Procuremos vivir en paz, sin mancha, confiando en la gracia de Dios. Así, cuando Cristo aparezca en gloria, podremos decir con gozo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”.