El siervo del Señor debe ser amable con todos

La persona que tiene a Cristo en su corazón debe mostrar para con los demás ese amor que Jesucristo mostró a todos cuando anduvo en esta tierra, y eso lo aprenderemos en este artículo que está basado en el capítulo 2 de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo.

Es difícil cuando cada cada día que pasa, en nuestro camino de llevar el mensaje de salvación, encontrar diversos tipos de personas, unos que creen un poco, otros que creen y otros con son totalmente incrédulos, de los cuales muchos llegan al extremo de burlarse en nuestras mismas caras del evangelio de Cristo.

Es por eso que en el capítulo mencionando en el primer párrafo de este artículo vemos al apóstol Pablo hablando a Timoteo sobre la conducta de un obrero de Cristo. Pablo instruye a Timoteo y a sus discípulos a no discutir y no usar palabras descompuestas, pues esto puede poner las cosas peor, sino a actuar con mansedumbre y sabiduría, y evitar a toda costa todo aquello que provoque contiendas:

Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido;

2 Timoteo 2:24

Ser un mensajero de Cristo no es tarea fácil. Llevar el mensaje de salvación parece algo bonito, pero la realidad es que encontraremos en este camino muchos contenciosos que buscarán a propósito provocarnos a ira. Es por eso que debemos grabar en nuestros corazones el versículo que vimos anteriormente.

Estas luchas no solo las encontraremos en el momento de llevar a cabo la labor de predicarle a las almas, sino que en nuestro día a día encontraremos muchas batallas, ya sea en el trabajo, en plazas comerciales, en el vecindario, en cualquier lugar aparecerá un usado del enemigo que nos querrá hacer la guerra, pero recordemos este versículo que acabamos de ver, que nos muestra que podemos combatir esto con amabilidad, reflejando a la persona de Cristo en nosotros.

El carácter del siervo de Cristo

Pablo hace énfasis en que el verdadero siervo del Señor debe ser un hombre o una mujer lleno de paciencia. La paciencia no es simplemente soportar en silencio, sino una virtud activa que nos permite responder con amor en lugar de ira. El mundo puede responder con insultos y enojo, pero el creyente debe responder con gracia y palabras sazonadas con sal (Colosenses 4:6). Esta actitud refleja que Cristo vive en nosotros y que ya no somos dominados por nuestra naturaleza carnal.

Además, Pablo subraya que el siervo de Dios debe ser “apto para enseñar”. Esto implica que nuestras vidas deben ser un ejemplo vivo del evangelio, no solo con palabras, sino con hechos. Un obrero de Cristo enseña tanto con su testimonio personal como con la predicación de la Palabra. Por eso, cada situación difícil en la que somos probados es también una oportunidad de enseñar a otros cómo actúa un hijo de Dios en medio de las adversidades.

El poder del ejemplo

Muchos que nos observan quizás no lean nunca una Biblia, pero leerán nuestras vidas. Si respondemos con enojo, impaciencia o violencia, estamos enviando un mensaje equivocado. Pero si mostramos mansedumbre, aun frente a la provocación, podemos impactar corazones endurecidos. Como dijo Jesús en Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

El amor, la mansedumbre y la paciencia no son signos de debilidad, sino de fortaleza espiritual. Cristo mismo, siendo el Hijo de Dios, fue escupido, azotado y humillado, pero nunca devolvió mal por mal. Al contrario, oró por sus verdugos diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Esa es la clase de amor que debemos imitar como obreros del Señor.

Reflexión final

Amados hermanos, seamos conscientes de que nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra potestades espirituales (Efesios 6:12). Por eso, la manera de vencer no es con pleitos ni contiendas, sino con la armadura de Dios, revestidos de fe, justicia, oración y amor. Cada día enfrentaremos pruebas que pondrán a prueba nuestro carácter cristiano, pero allí es donde debemos mostrar que Cristo vive en nosotros.

No olvidemos nunca que el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22-23). Estos frutos deben manifestarse en todo siervo del Señor. Que nuestras palabras y acciones reflejen a Cristo, y que el mundo, aun en su incredulidad, pueda ver en nosotros un testimonio vivo de la gracia de Dios. Perseveremos, porque al final, la recompensa no es terrenal, sino eterna en los cielos, donde recibiremos la corona de justicia que el Señor tiene preparada para todos los que le aman.

Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre
Cuidaos de los engañadores