Es bueno que mantengas tu palabra delante del Señor, porque nuestro Dios es fiel y en todo lo que promete cumple, Él no falla ante esas promesas.
Si Él es fiel y cumple Su palabra, ¿por qué entonces fallas ante las promesas que has hecho al Señor? Por eso es mejor que no prometas si no vas a cumplir porque esto está muy mal delante del Señor.
Mantén tus votos firmes delante del Señor, pídele que te ayude en todos los momentos, que te dé fuerzas para que puedas cumplir con aquellas cosas las cuales has hecho fiel promesa delante de Dios.
La Biblia nos habla de estas personas que prometen, que dicen con firmeza que van a cumplir y no lo hacen. Veamos qué nos dice:
4 Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes.
5 Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas.
Eclesiastés 5:4-5
Vemos un gran consejo de Salomón para aquellas personas que hacen enojar a Dios con sus falsas palabras, haciendo votos delante de Él supuestamente con toda firmeza, éstos se llenan la boca de tantas palabras, prometiendo de una manera que creen que van a engañar a Dios, pero lo que ellos no saben es que con esto hacen que Dios se enoje por esta actuación, por ser mentirosos.
Es por eso que Salomón nos recomienda solamente prometer cuando estemos seguros que realmente vamos a cumplir con esa promesa, y que si no estás seguro de que verdaderamente vas a cumplir, entonces es mejor mantener la boca cerrada y no realizar dicha promesa. Seamos sabios y actuemos de forma que podamos cumplir, que nuestro Dios esté feliz con nosotros porque nunca faltamos a nuestras palabras.
Prometer a la ligera es una de las trampas más comunes en la vida del creyente. Muchas veces, en medio de la emoción de un culto, de una campaña evangelística o de una oración ferviente, decimos al Señor que le entregaremos más de nuestro tiempo, que dejaremos atrás ciertos pecados, o que haremos obras específicas para Su gloria. Sin embargo, pasado el momento de la emoción, se nos olvida lo que prometimos y volvemos atrás en nuestras palabras. Esto no debe ser así, porque Dios no se complace en los compromisos incumplidos.
Cumplir nuestras promesas delante de Dios es un reflejo de nuestro carácter. Una persona íntegra no solamente dice, sino que también hace. Jesús mismo dijo que nuestro sí sea sí y nuestro no sea no (Mateo 5:37). Esto nos recuerda que nuestra palabra tiene valor y que debemos ser hombres y mujeres de palabra. La fidelidad que mostramos en lo pequeño habla de nuestra fidelidad en lo grande.
Asimismo, cumplir nuestras promesas es un acto de amor y de respeto hacia Dios. Cada vez que cumplimos un voto, mostramos gratitud por Su fidelidad hacia nosotros. El Señor siempre cumple lo que ha prometido: nos perdona, nos sostiene, nos guarda, nos da paz y esperanza. ¿Cómo no corresponder con fidelidad a Aquel que nunca ha fallado en Su palabra?
Es importante también reconocer que muchas veces no cumplimos porque intentamos hacerlo en nuestras propias fuerzas. Aquí está la clave: pedir la ayuda de Dios. Cuando hacemos una promesa, debemos pedirle al Señor que nos dé la fortaleza, la disciplina y la sabiduría necesarias para cumplirla. El Espíritu Santo es nuestro ayudador, y si confiamos en Él, podremos perseverar.
Otro aspecto que debemos considerar es el testimonio. Cuando cumplimos lo que prometemos, damos ejemplo a nuestra familia, a nuestros amigos y a la iglesia de que somos personas confiables, que vivimos lo que predicamos. En cambio, si prometemos y no cumplimos, no solo fallamos delante de Dios, sino que también damos un mal testimonio a los que nos rodean, lo cual puede ser piedra de tropiezo para otros.
En conclusión, no se trata de hacer muchas promesas, sino de ser fiel en aquellas que hacemos. La verdadera sabiduría consiste en hablar menos y actuar más, en ser coherentes entre lo que decimos y lo que hacemos. Recordemos que Dios ama la verdad en lo íntimo y espera que Sus hijos reflejen esa verdad en cada palabra y compromiso. Que nuestra vida sea un testimonio vivo de fidelidad, y que podamos decir con gozo que nunca faltamos a lo que un día prometimos al Señor.