El que confía en sus riquezas caerá

Unas de las cosas que nos pueden hacer caer y cambiar rápidamente, es el amor a las cosas materiales, porque todo aquel que solo tiene en su mira las cosas materiales, puede olvidarse de Dios y pecar.

No es malo tener dinero y posesiones materiales, pero hay muchos cuando tienen dinero, su vida cambia totalmente, hacen cosas que ante los ojos de Dios no bien vistas. Estos solo piensan en lo que tienen acumulado, creen que esa riqueza será su salvación y que nunca se acabará.

La diferencia del justo, es que el justo se sabe administrar, no tiene su mente concentrada en las vanidades o en riquezas, porque ellos saben que tienen al Dueño de todas las cosas, y que si Dios les ha permitido tener muchas posesiones, el mismo Dios les ayudará a controlar sus bienes.

El que confía en sus riquezas caerá; Mas los justos reverdecerán como ramas.

Proverbios 11:28

Aquí en Salomón nos enseña acerca de la riqueza, de cómo son las cosas cuando nuestra confianza está puesta en las riquezas, cuando nos aferramos a ella, este hombre dice que lamentablemente el que hace esto, su fin será triste.

Pero aquel cuya confianza está depositada en el Señor, se mantiene como una rama floreciente, verde, y siempre firme en el Señor, porque este no está sujeto a algo que en un segundo se puede esfumar, sino que su mente está puesta en la riqueza de los cielos, en aquellas moradas que nuestro Dios nos dará algún día.

Reflexión final

El amor desmedido a las riquezas ha sido un peligro en todas las generaciones. Jesús mismo lo advirtió cuando dijo que no podemos servir a Dios y a las riquezas (Mateo 6:24). Esto no significa que el dinero en sí sea malo, sino que el corazón humano tiende a poner su confianza en aquello que le da seguridad visible. Y cuando el dinero ocupa el lugar de Dios en nuestro corazón, entonces se convierte en un ídolo que nos aparta del verdadero camino.

La Escritura nos muestra repetidas veces cómo el apego a lo material puede traer ruina espiritual. El joven rico, por ejemplo, no pudo seguir a Jesús porque sus bienes eran muchos y su corazón estaba aferrado a ellos (Marcos 10:17-22). En contraste, Zaqueo, al encontrarse con el Señor, inmediatamente comprendió que las riquezas no podían ser su refugio, y decidió devolver lo mal adquirido y dar generosamente a los pobres (Lucas 19:1-10). La diferencia entre ambos radica en dónde estaba puesta su confianza.

El proverbio que hemos leído nos da una promesa clara: el que confía en sus riquezas caerá. Esta caída puede manifestarse de muchas formas: en la desesperanza cuando el dinero se acaba, en la soledad cuando los amigos solo eran interesados, o en la condenación eterna si nunca se reconoció a Dios como Señor. Pero el justo, aquel que pone su mirada en el Altísimo, será como una rama verde, es decir, tendrá vida, frescura y fruto constante. Aunque tenga poco en la tierra, tiene riquezas eternas en los cielos.

Hoy más que nunca, en un mundo donde se nos enseña que el éxito se mide por lo que tenemos y no por lo que somos delante de Dios, debemos volver a esta enseñanza bíblica. La verdadera prosperidad no está en las cuentas bancarias, sino en un corazón que descansa en el Señor y en sus promesas. El apóstol Pablo lo expresó de manera hermosa al decir: «He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación» (Filipenses 4:11). Esa paz y ese gozo no dependen de las posesiones, sino de Cristo.

Hermano, no pongas tu confianza en lo que tienes, porque hoy está y mañana puede desaparecer. Pon tu confianza en Dios, que nunca falla, que siempre sustenta y que ha prometido proveer todo lo que necesitemos conforme a Sus riquezas en gloria. Recuerda que aquel que teme al Señor y camina en rectitud reverdecerá como una rama, y dará fruto en el tiempo perfecto de Dios. Que nuestra oración diaria sea pedirle al Señor un corazón desprendido de lo material y lleno de gratitud por lo eterno.

Sí, vengo pronto. Amén
El que anda con sabios, sabio será