Hacer el bien a los demás es parte de las cosas buenas de una persona que tiene a Dios, y todo aquel que tiene a Dios está lleno de misericordia, bondad y amor.
La Biblia nos habla claramente de estas personas que tienen en abundancia, pero que no son humildes, y que ponen sus bienes por encima de todo, se olvidan de que un día todo se puede terminar.
Algo que debemos recordar que a la persona altivas, nuestro Dios los ve desde lejos, mas aquel que vive humildemente, que su corazón solo piensa en buscar a Dios, que no son amantes de las cosas terrenales y que solo piden a Dios para poder sobrevivir, estas personas reciben de Dios bendiciones en grande.
Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿Cómo mora el amor de Dios en él?
1 Juan 3:17
El amor de Dios no solo se demuestra de boca, sino claramente como nos dice el versículo anterior, debemos amar con hechos, accionando cuando vemos un hermano con necesidad, que cuando veamos a este hermano padeciendo de hambre y nosotros teniendo, ¿cómo no levamos a suplir? y a estas cosas es que Juan dice que demostremos el amor de Dios.
No cierres tu corazón a la persona que ves a tu frente, que necesita de tu ayuda. Dios está en los cielos y está viendo lo que estás haciendo, que tu amor crece más y más, que demuestras que el amor de Dios es verdadero, que demuestras con hechos y alegría del corazón. Da con alegría del corazón.
Reflexión final
El apóstol Juan nos recuerda que el amor de Dios no es un simple sentimiento o una declaración vacía, sino una acción tangible que se refleja en la manera en que tratamos a los demás. Cuando cerramos nuestro corazón frente a la necesidad, estamos negando con hechos la fe que proclamamos con palabras. En cambio, cuando compartimos lo que tenemos, aunque sea poco, estamos manifestando el carácter mismo de Cristo, quien se entregó por nosotros sin reservar nada.
La verdadera riqueza no está en acumular posesiones, sino en vivir con un corazón generoso. El Señor Jesús mismo dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). Dar no solo bendice al necesitado, sino que transforma nuestro propio corazón, haciéndonos más sensibles, más humildes y más semejantes a nuestro Salvador. Cada acto de bondad realizado en el nombre de Cristo se convierte en una semilla de amor eterno que da fruto para la gloria de Dios.
Por eso, hermanos, no ignoremos a quienes el Señor pone en nuestro camino. Tal vez una palabra de aliento, una oración sincera o una ayuda material sea lo que alguien necesita para recordar que Dios no lo ha abandonado. Recordemos que servir a los demás es servir a Cristo mismo, pues Él dijo: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40). Que nuestro amor no sea solo de labios, sino un amor que se manifieste en compasión, misericordia y generosidad, reflejando así la luz de nuestro Dios en un mundo que tanto lo necesita.