El hombre prudente siempre tendrá palabras de sabiduría y se cuidará al hablar, actuará con respeto hacia los demás, cuando hay un conflicto sabe cómo hablar para no llevar las cosas a peor, pero ante todo, actúa con paciencia.
¿Por qué este hombre hablará así? Porque la sabiduría que porta es enviada por Dios, para que sea prudente y actué con gran diligencia ante lo demás. Pero el hombre que no es prudente, este no encontrará la sabiduría porque solo hace lo que dictan sus pensamientos, actuando son gran soberbia, siendo negligentes, con cada palabra que hablan ofenden, pero, ¿por qué pasa esto? Porque su orgullo y su ego están muy por encima de los demás. Por eso el capítulo 10 del libro de proverbios dice lo siguiente:
En los labios del prudente se halla sabiduría; Mas la vara es para las espaldas del falto de cordura.
Proverbios 10:13
Jesús en una ocasión dijo: «De la abundancia habla la boca», con estas palabras vemos que si no somos prudentes hablaremos cualquier cosa que nos venga a la mente, es por eso que debemos guardar nuestros corazones.
El proverbista sabía lo que decía en este proverbio, como había personas en aquellos tiempos, pues hoy en día continúan siendo imprudentes, y faltos de sabiduría del Señor.
Cuando la sabiduría del Señor alcanza nuestros corazones, todo cambia, nos llenamos de cosas buenas, de ser pacientes, misericordioso, bondadosos, temerosos de Dios, y todo lo que vayamos a decir, será de bendición para aquellas personas que nos rodean, porque la sabiduría de nuestro Señor está en cada uno de nuestros corazones.
La prudencia es una virtud que no se adquiere de la noche a la mañana, es un fruto que nace en el corazón del creyente cuando este se dispone a escuchar la voz de Dios y a poner en práctica lo que aprende de Su Palabra. No se trata solamente de callar o evitar problemas, sino de hablar con gracia, edificación y amor, de manera que nuestras palabras traigan paz en medio de la tormenta.
Vivimos en un mundo lleno de opiniones rápidas y discusiones constantes. Las redes sociales, los medios de comunicación y hasta las conversaciones diarias se convierten muchas veces en escenarios donde reina la imprudencia. Sin embargo, el hombre prudente se distingue porque sabe cuándo hablar, cómo hablar y cuándo callar. Sus palabras no buscan humillar ni herir, sino edificar, animar y guiar a otros hacia la verdad de Dios.
La Biblia nos enseña que las palabras tienen poder, poder para construir o para destruir. Un comentario imprudente puede arruinar una amistad, causar divisiones en una familia o incluso hacer que una persona se desanime en su fe. En cambio, una palabra prudente y sabia puede restaurar corazones, dar esperanza y sanar heridas profundas.
El apóstol Santiago también habló acerca del poder de la lengua, comparándola con un pequeño timón que dirige un gran barco. Esto nos recuerda que aunque lo que decimos parezca pequeño, sus consecuencias pueden ser muy grandes. Por eso, cada creyente debe pedir al Señor sabiduría para hablar con prudencia, evitando la crítica destructiva, la burla o el chisme.
Ser prudente no significa ser débil, sino actuar con firmeza bajo la guía del Espíritu Santo. Un hombre prudente sabe decir la verdad, pero lo hace en amor, buscando el bien del prójimo. Su prudencia no es indiferencia, sino una demostración de dominio propio y de confianza en Dios.
Querido lector, procuremos cada día pedir a Dios que nos llene de Su sabiduría para ser prudentes en lo que decimos y en lo que hacemos. Si dejamos que sea nuestra carne quien hable, seguramente caeremos en errores, pero si dejamos que sea el Espíritu Santo quien guíe nuestras palabras, seremos instrumentos de bendición en nuestro hogar, en nuestra iglesia y en la sociedad.
En conclusión, la prudencia es un reflejo de la sabiduría divina que habita en el corazón. Cuando cuidamos lo que hablamos, mostramos respeto a Dios y a nuestro prójimo. Seamos entonces hombres y mujeres prudentes, sabios al hablar, pacientes en los conflictos y portadores de paz. Recordemos siempre lo que dijo Proverbios 15:23: “El hombre se alegra con la respuesta de su boca; y la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!”.