Hermanos en Cristo, creamos cada día en nuestro Dios que es grande y poderoso, nadie es como Él. Su cuidado para con nosotros estará siempre presente.
La vida nos presenta constantemente desafíos, momentos en los que pensamos que estamos solos y que no hay quien pueda extendernos una mano. Sin embargo, debemos recordar que tenemos a un Padre celestial que nunca descansa, que siempre está atento a cada detalle de nuestra vida. Dios no ignora nuestras lágrimas ni pasa por alto nuestras oraciones. Él sabe lo que ocurre en nuestro interior y también lo que enfrentamos externamente. Por eso, la fe debe ser la base de nuestro caminar, ya que aunque no veamos el panorama completo, nuestro Dios sí lo ve y actúa en nuestro favor.
Saquemos toda duda y temor que puede haber en nuestras mentes y corazones. Preguntémonos con sinceridad: ¿Por qué dudas del cuidado de Dios? ¿Por qué piensas que estás solo en momentos delicados? Tengo algo bueno que decirte: Dios siempre está en control de las cosas, Dios sabe por el camino que tienes que caminar, Su cuidado nunca se aparta de ti, de tus hijos, ni de todos tus familiares.
El apóstol Pedro hace un llamado muy especial a todas aquellas personas que tienen problemas, a quienes sienten que las cargas son más pesadas de lo que pueden llevar:
echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
1 Pedro 5:7
Este versículo es un bálsamo para el alma. Aquí podemos ver este gran llamado que nos hace a que toda ansiedad sea echada delante de nuestro Dios, ya que Él tiene cuidado de nosotros. No se trata de llevar nuestras cargas solos ni de fingir que podemos con todo, sino de reconocer que hay un Dios que tiene mayor fuerza que nosotros, que quiere que depositemos en Él nuestras preocupaciones. Es un acto de humildad y también de confianza.
Muchas veces intentamos resolverlo todo con nuestras fuerzas, y cuando fallamos, terminamos frustrados. Pero la Palabra nos invita a un camino distinto: entregar la ansiedad al Señor, depositar nuestros temores, incertidumbres y dolores en Sus manos, y esperar en fe que Él se encargará de lo que nosotros no podemos manejar. Allí se manifiesta Su poder y también Su amor infinito.
Confiemos en el Señor, no dudemos de pedir a Dios que nos ayude siempre con nuestras cargas y que nos derrame nuevas fuerzas para poder continuar. La oración es nuestra vía de comunicación directa con Él, y a través de ella podemos descargar nuestro corazón. Jesús mismo dijo que todos los que estaban trabajados y cargados vinieran a Él, porque en Él encontrarían descanso. Ese descanso solo se experimenta cuando dejamos que Dios sea nuestro refugio.
No dejemos de confiar en Aquel que cuida de nosotros y recordemos lo que dice una canción cristiana: “Dios cuida de mí, bajo las sombras de sus alas, Dios cuida de mí, yo amo su casa y no ando solo”. Estas palabras no son solamente letra de un cántico, son una verdad que debe arraigarse en nuestros corazones. Dios protege, guarda, ampara y guía a quienes confían en Él.
Si miramos atrás, veremos que en más de una ocasión hemos sido sostenidos por Su mano poderosa. Quizás en ese momento no lo entendíamos, pero ahora podemos reconocer que fue Dios quien nos sostuvo en medio de la tormenta. Él es fiel y jamás abandona a los suyos. Aunque muchas veces pensemos que el silencio de Dios es ausencia, realmente es preparación, porque aun cuando no sentimos, Él sigue cuidándonos.
Querido hermano, hermana, la invitación hoy es clara: deposita toda tu confianza en el Señor, entrégale tus cargas, no retengas en tu corazón esa ansiedad que tanto te pesa. Cree fielmente en nuestro Dios, no dudes de Su cuidado en tu vida. Él está siempre presente, conoce tus pensamientos, tus pasos y tus luchas. Y lo más importante: quiere darte la victoria. Descansa en esa verdad y vive confiando plenamente en Aquel que nunca falla.