La armadura de Dios

Hermanos, confiemos cada día en el Señor, creer en que tenemos su total protección, en que de Él recibimos fuerzas cada día. Es bueno que todos los que somos fuertes en el Señor, podamos ayudar a aquellos que son débiles en la fe.

Cada día nos enfrentamos a un enemigo que no duerme, este siempre está al acecho de los que creen y confían en la voluntad divina de Dios, que se mantienen buscando Su palabra, en que la palabra de Dios permanezca para siempre. El adversario de nuestras almas siempre intentará sembrar dudas, desánimo o miedo, pero la victoria la tenemos asegurada en Cristo Jesús. Por eso debemos estar firmes en la fe, recordando que el Señor ha prometido no dejarnos ni desampararnos. Él es nuestro escudo, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.

Es bueno que sigamos en pie de batalla, pidiendo al Señor que nos cubra con su gracia y paz, que por más tribulación que venga, no nos detenga y que podamos continuar la carrera que se nos ha encomendado en el Señor. Justo es el Señor que no nos abandona, Él nos da nuevas fuerzas, nos lleva de las manos. Cuando sentimos que las fuerzas flaquean, el Espíritu Santo nos recuerda las promesas eternas y nos renueva para no retroceder, sino avanzar firmes hacia la meta que es Cristo.

Estos son algunos versículos de la carta escrita por el apóstol Pablo a la iglesia de Éfeso, instándolos a fortalecerse en el Señor:

10 Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.

11 Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.

12 Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Efesios 6:10-12

Aquí Pablo le exhorta a la iglesia de Éfeso a revestirse de toda armadura de Dios, para que puedan resistir en los días malos, esto porque la iglesia vivía momentos muy difíciles. La persecución, los falsos maestros, las pruebas externas y las batallas internas hacían que los creyentes necesitaran aferrarse cada día al poder del Señor. El apóstol sabía que la única manera de permanecer firmes era estando vestidos con la armadura espiritual que Dios provee.

Así pues, también los que estamos en Cristo Jesús y que permanecemos en sus atrios, debemos revestirnos de toda armadura, porque nuestra lucha no es contra carne ni sangre, es contra espíritus de las tinieblas los cuales siempre están al acecho de los hijos de Dios. La vida cristiana no es un paseo, es una batalla diaria. Pero no estamos solos: contamos con el yelmo de la salvación, la coraza de justicia, el cinturón de la verdad, el escudo de la fe, el calzado del evangelio de la paz y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Con estas armas celestiales, ninguna obra del enemigo podrá prevalecer.

Por eso, cuando sientas que las pruebas arrecian, no olvides que tu fortaleza no viene de ti mismo, sino de Dios. Si permanecemos unidos en oración, en obediencia y en fe, seremos como soldados que marchan bajo la dirección de un Capitán invencible: Jesucristo. Él ya venció en la cruz, y nosotros somos partícipes de esa victoria eterna. No temamos a los ataques, porque mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo.

No nos olvidemos que tenemos el respaldo de nuestro Dios, fortaleceos los unos a los otros en el amor de Cristo y seremos más que vencedores. Animemos al hermano que está débil, levantemos al que ha caído, y sostengamos al que atraviesa momentos de angustia. Porque la iglesia del Señor no es un ejército de soldados solitarios, sino un cuerpo unido donde todos luchamos juntos en el nombre de Jesús. Caminemos confiados en esta verdad: el Señor está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?

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