Maridos, amad a vuestras mujeres

Hombres, amen a sus esposas, porque El Señor derramó Su amor para que así también nosotros podamos demostrar ese amor tan grande y maravilloso.

Dios se agrada de este hecho tan maravilloso, el compartir ese amor con la esposa que te ha dado, valorando todo en cuanto el Señor te ha mandado. Ser amoroso, bondadoso, estable y pidiendo cada día al Señor que la cubra y le guarde donde quiera que ella se encuentre.

Debemos obedecer a Dios, porque si escuchamos la voz del Señor, entonces trataremos a nuestras esposas con todo el respeto que ella se merece.

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,

Efesios 5:25

En el versículo anterior el apóstol Pablo claramente estaba dejando un mandato, y es que hablaba del amor de Cristo, de que el amor del Señor es grande y ante todo por eso mandaba a que todo hombre amara a sus esposa así pues como Cristo ama a la iglesia con un amor infinito.

A partir del versículo 21 del capítulo 5 de la carta de Pablo a los efecios, podemos ver lo que el apóstol Pablo hablaba a todo creyente y decía lo siguiente: «Someteos unos a otros en el temor de Dios», y es que cuando hay temor de Dios, llevamos Su palabra en nuestros corazones, actuamos con amor.

El apóstol habla todo el mundo, sea hombre o mujer, a que todos estemos sometidos en el amor y temor del Señor, porque si lo hacemos así, no nos faltará de Su amor y misericordia, porque Dios tiene todo lo bueno para nosotros Él nos ama en gran manera.

Palabras finales

El matrimonio no es un simple contrato humano, sino un pacto espiritual en el que Dios mismo es testigo. Cuando el hombre ama a su esposa como Cristo amó a la iglesia, está reflejando en su hogar la grandeza del Evangelio. Cristo no amó a la iglesia de forma superficial, sino que se entregó a sí mismo, dio su vida, soportó humillación y llevó nuestros pecados en la cruz. Ese es el modelo que Pablo pone delante de los esposos: un amor sacrificial, constante y lleno de gracia.

Amar a la esposa significa también valorarla en lo cotidiano: en la paciencia, en la ternura, en la fidelidad, en las palabras que edifican y en la protección que honra a Dios. No se trata de un amor condicional que depende del estado de ánimo o de las circunstancias, sino de un amor firme que refleja la naturaleza misma de Cristo en el hogar. El esposo que ama así, bendice no solo a su esposa, sino también a sus hijos y a las generaciones que vendrán después de él.

Por otra parte, cuando en un hogar se vive bajo el temor de Dios, se rompe con el egoísmo y se aprende a caminar en unidad. El amor de un esposo hacia su esposa no es un sentimiento pasajero, sino un testimonio de la obra de Dios en su vida. Así, cada gesto de respeto, cada palabra de aliento y cada decisión guiada por la Palabra fortalecen la relación matrimonial y glorifican al Señor.

El llamado entonces es claro: hombres, no descuiden el corazón de la mujer que Dios les ha confiado. Oren por ellas, sosténganlas en los momentos de debilidad, afírmense juntos en la fe y nunca olviden que, cuando aman de esta manera, están cumpliendo uno de los mandamientos más hermosos y sagrados. El amor con el que Cristo amó a la iglesia es el mismo que debe ser reflejado en cada hogar cristiano.

Pidamos al Señor que nos ayude a amar con un amor puro y sincero, que nos libre del egoísmo y nos enseñe a dar sin esperar nada a cambio. Si Cristo se entregó por nosotros hasta la muerte, ¿cómo no hemos de aprender nosotros a entregar nuestra vida, tiempo y esfuerzo en amor hacia nuestras esposas? Recordemos siempre: un matrimonio cimentado en Cristo será un testimonio vivo del Evangelio, un faro de luz en medio de este mundo, y una bendición que trasciende a las próximas generaciones.

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