El salmo 37 nos hace entender que no solo debemos hacer el bien con todos, incluyendo a nuestros enemigos, sino también confiar en que Dios tiene el control absoluto de cada situación. Este salmo es un recordatorio de que, aunque la maldad parezca prosperar, su final ya está determinado por la justicia divina. El salmista David escribió estas palabras en un tiempo donde seguramente veía cómo personas impías parecían avanzar y tener éxito mientras los justos enfrentaban dificultades. Sin embargo, la instrucción clara de Dios es: “No te impacientes”.
El Señor siempre cuidaba muy bien del salmista David. En medio de sus batallas, persecuciones y momentos de angustia, Dios le daba palabras de aliento para recordarle que no estaba solo. Este cuidado y fidelidad de Dios es también una promesa para nosotros hoy. A través de este salmo, aprendemos que no debemos medir nuestra vida comparándonos con los malvados ni sentir envidia de quienes logran éxitos con injusticia.
Es por eso que en el salmo 37 dice lo siguiente:
1 No te impacientes a causa de los malignos, Ni tengas envidia de los que hacen iniquidad.
2 Porque como hierba serán pronto cortados, Y como la hierba verde se secarán.
3 Confía en Jehová, y haz el bien; Y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad.
4 Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón.
Salmos 37:1-4
El versículo 1 nos enseña algo fundamental: no debemos desesperarnos al ver que los malvados prosperan. Muchas veces miramos alrededor y sentimos que los que hacen lo incorrecto avanzan más rápido que aquellos que buscan agradar a Dios. Sin embargo, la Palabra es clara: no debemos tener envidia de ellos, porque lo que construyen no tiene fundamento eterno. Todo lo que no se edifica sobre la verdad de Dios termina derrumbándose.
El versículo 2 nos da una poderosa ilustración: los malos son como la hierba que pronto se seca. Esto significa que su aparente éxito es pasajero. Aunque hoy parezcan fuertes y estables, en un abrir y cerrar de ojos todo se marchitará. Por el contrario, los que confían en el Señor tendrán raíces firmes, como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da fruto a su tiempo (Salmos 1:3).
En el versículo 3, encontramos la exhortación a confiar en Jehová y a hacer el bien. Aquí no solo se nos llama a evitar la envidia, sino a enfocar nuestras fuerzas en la obediencia. Dios promete que los que confían en Él habitarán seguros y disfrutarán de la verdad. Es un recordatorio de que la verdadera prosperidad no consiste en riquezas terrenales, sino en vivir bajo la bendición y dirección de Dios.
El versículo 4 nos muestra la clave para recibir respuestas de parte del Señor: deleitarnos en Él. Deleitarnos en Dios significa encontrar nuestro gozo en su presencia, amarlo con todo el corazón y ponerlo en el centro de nuestras vidas. Cuando lo hacemos, nuestros deseos comienzan a alinearse con los suyos, y entonces Él nos concede las peticiones del corazón porque ya no pedimos de manera egoísta, sino conforme a su voluntad.
Aunque el salmista David cometió errores, siempre tuvo un corazón dispuesto a arrepentirse y humillarse delante de Dios. Esa disposición nos enseña que no se trata de ser perfectos, sino de reconocer nuestras faltas y volver al Señor. Dios se agrada de un corazón contrito y humillado, y siempre está dispuesto a restaurarnos cuando nos volvemos a Él con sinceridad.
Conclusión: El Salmo 37 es una invitación a vivir con paciencia, confianza y deleite en Dios. No debemos preocuparnos por lo que hacen los malos, pues su aparente éxito es temporal. En cambio, nosotros debemos confiar, hacer el bien y deleitarnos en el Señor. Al hacerlo, veremos cómo nuestras vidas se fortalecen, nuestra fe se consolida y nuestras oraciones encuentran respuesta. No mires al impío, mira al Señor; no te llenes de envidia, llénate de fe; no te impacientes, confía. El Dios que cuidó de David es el mismo que hoy cuida de ti.