Ser buenos administradores de la gracia de Dios, nos ayuda a estar más comprometidos y cumplir Su mandatos para seguir adelante. En el camino encontraremos distintas pruebas las cuales buscan desenfocarnos del propósito de Dios. Pero no podemos desmayar ni salirnos del propósito que Dios tiene para con nosotros.
En la primera carta del apóstol Pedro en su capítulo cuatro nos habla de que seamos buenos administradores de la gracia de Dios. Lo más importante que debemos saber es que Pedro alentaba para que cuando llegaran persecuciones, se gozaran en la gloria de Dios. Este fue también perseguido en gran manera.
1 Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado,
2 para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios.
1 Pedro 4:1-2
Los versículos anteriores nos recuerdan los padecimientos que sufrió nuestro Señor Jesucristo para que nosotros también tengamos la valentía de padecer por Cristo, para que no tengamos temor, más bien para que entendamos que padeciendo en la carne podemos vencer el pecado.
Y con cada una de nuestras acciones podremos demostrar que en el nombre del Señor podremos vivir el tiempo que nos resta bajo la voluntad de nuestro Dios.
sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.
1 Pedro 4:13
A esto pues nos ha llamado el Señor, a que nos gocemos cuando estemos padeciendo Su causa. Somos privilegiados en ser partícipes de los padecimientos de nuestro Dios.
El llamado a ser buenos administradores de la gracia de Dios implica ser responsables con los dones y talentos que Él ha puesto en nuestras manos. No se trata solamente de recibir Su gracia, sino también de compartirla con los demás. Cada palabra de aliento, cada oración y cada gesto de amor sincero es parte de esa buena administración que el Señor espera de nosotros.
Cuando Pedro habla de los padecimientos, nos recuerda que la vida cristiana no es un camino sin dificultades. Al contrario, enfrentaremos pruebas, burlas y situaciones que intentarán apartarnos de la fe. Sin embargo, el apóstol señala que debemos alegrarnos en medio de todo esto, porque si sufrimos por causa de Cristo, también seremos glorificados con Él en Su venida. Esta esperanza nos sostiene y nos da fuerzas para no desmayar.
El mismo Jesús nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicciones, pero también nos dio la promesa de que Él ha vencido al mundo. Por eso, cuando enfrentamos momentos de debilidad o de persecución, debemos recordar que estamos siguiendo las huellas del Maestro, y que nada de lo que hacemos en Su nombre es en vano.
Ser buenos administradores también significa vivir en obediencia a Su voluntad. Ya no vivimos conforme a las concupiscencias humanas, sino que buscamos agradar a Dios en todo. Esto se refleja en nuestras decisiones, en la manera en que tratamos a los demás y en el testimonio que dejamos. Cuando somos fieles, damos ejemplo de que Cristo verdaderamente reina en nosotros.
Podemos pensar en ejemplos bíblicos como el de Esteban, quien siendo fiel hasta la muerte, se convirtió en un modelo de valentía y entrega total a Dios. O el mismo apóstol Pablo, quien decía que se gloriaba en sus debilidades porque en ellas el poder de Cristo se perfeccionaba. Estos hombres fueron buenos administradores de la gracia, y hoy nos inspiran a continuar el camino con la misma determinación.
En nuestro diario vivir, también podemos practicar esta administración de la gracia al mostrar paciencia con los que nos rodean, al ayudar al necesitado y al compartir el mensaje de salvación. Cada pequeña acción cuenta, porque no sabemos cuántas vidas pueden ser alcanzadas con un simple acto de obediencia al Señor.
Querido lector, recuerda que la gracia que hemos recibido es un regalo inmerecido, pero también una responsabilidad. No desperdiciemos la oportunidad de servir con lo que Dios nos ha dado. Caminemos firmes, agradecidos y conscientes de que, aunque el padecimiento sea momentáneo, la gloria que nos espera en Cristo es eterna.
Así que, en medio de pruebas o dificultades, mantengamos la fe viva y el corazón dispuesto a obedecer. Que podamos ser hallados como siervos fieles, administradores responsables y gozosos de la gracia que Dios nos ha confiado, sabiendo que en el día de Su revelación nos gozaremos con gran alegría.