Alabemos a nuestro Dios, porque fuimos libertados por medio de Su crucifixión

Todo lo que hoy somos lo debemos a nuestro Dios, nuestras alabanzas siempre deben ser dedicadas a Aquel que se entregó por amor a cada uno de nosotros, por eso debemos honrarlo y reconocer que sin Él no hubiésemos sido libres, sino que seríamos esclavos del pecado a tal manera que no pudiésemos haber conocido la palabra libertad. Sea Dios glorificado por este enorme sacrificio por la humanidad.

Qué seria de nosotros Señor, si no fuera por Tu gracia y por Tu amor, Tú, un Dios bondadoso y fiel, que enviaste a Tu hijo unigénito, para entregar todo por Tu creación, para que así conociéramos la verdad que nos hará libres, oh Señor, Te alabamos y Te decimos que Tuyo es el poder y toda autoridad, que no hay nadie como Tú, bondadoso y fiel.

Oh, pueblos, naciones todas, den alabanzas al cordero que fue inmolado por todos nosotros, alabemos Su Santo nombre que ahora vive y reina para siempre, y que Su poder es infinito. Porque muchos creyeron que Él no era eterno, y dijo que al tercer día resucitaría, y fue así mismo que pasó. Tú, oh Dios eres eterno y vives por los siglos de los siglos.

Su poder se hizo notable en aquel día de Su crucifixión, pero, ¿qué dice la Biblia sobre lo sucedido aquel día?.

44 Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.

45 Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad.

46 Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.

Lucas 23:44-46

Lo que ocurrió allí en aquel día fue algo poderoso, hasta la tierra gritó ante aquella crucifixión de Cristo, aquí podemos ver la majestad el poder tan grande de Dios para aquellos que decían que no era el hijo de Dios. Alabamos Su nombre porque como dice Su Palabra: ahora vive por los siglos de los siglos.

Este sacrificio no fue un simple hecho histórico, sino el cumplimiento de una promesa hecha desde tiempos antiguos. Los profetas habían anunciado al Mesías, al Siervo sufriente que cargaría con los pecados de muchos. Isaías lo describió con palabras conmovedoras: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). En ese momento de la cruz se unieron el dolor más profundo con la esperanza más gloriosa: nuestra salvación.

Reflexionar en la cruz de Cristo es también recordar que la vida cristiana se fundamenta en ese acto de amor incondicional. Si Él no hubiese muerto y resucitado, nuestra fe estaría vacía. Pero ahora tenemos la certeza de que nuestro Redentor vive, y eso nos da ánimo para enfrentar cualquier dificultad. Al mirar el sacrificio de Jesús, entendemos que no hay carga que no podamos sobrellevar si estamos en Sus manos.

Hoy, como creyentes, debemos preguntarnos: ¿cómo respondemos a tan grande amor? La mejor respuesta es vivir agradecidos, obedecer Sus mandamientos y anunciar a otros que Cristo vive. Cada día es una oportunidad de levantar nuestra voz y decir con gozo: “Gracias Señor porque por Ti somos libres, por Ti tenemos esperanza y por Ti hemos recibido vida eterna”.

Cuando el velo del templo se rasgó, se nos mostró un acceso directo al Padre. Ya no es necesario un intermediario humano porque Cristo mismo es nuestro Sumo Sacerdote. Ese gesto simboliza que podemos entrar confiadamente al trono de la gracia. ¡Qué privilegio tan grande tenemos! Antes estábamos lejos, ahora hemos sido acercados por la sangre del Cordero.

En nuestros tiempos, donde la desesperanza y la confusión abundan, el mensaje de la cruz sigue siendo vigente. Muchos buscan respuestas en filosofías o ideologías pasajeras, pero la única verdad que libera se encuentra en Jesús. Él mismo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Esa declaración sigue resonando como una invitación de vida para todo aquel que quiera aceptar Su gracia.

Por eso, querido lector, no olvides nunca lo que Cristo hizo en la cruz. Celebra cada día la victoria de la resurrección y confía en que aquel que venció la muerte tiene también poder para transformar tu vida. Que nuestras alabanzas sean siempre sinceras y que nuestra gratitud se exprese no solo con palabras, sino con acciones que reflejen Su amor. El sacrificio de Jesús nos dio la verdadera libertad, y esa libertad debemos honrarla viviendo en santidad.

En conclusión, todo lo que somos y todo lo que tenemos procede de Dios. La cruz no es un símbolo vacío, es la mayor demostración de amor y justicia. Que cada nación, cada pueblo y cada persona reconozca que Jesús es el Señor, y que en Él tenemos vida eterna. Que nuestra vida sea un testimonio vivo de que Su sacrificio no fue en vano, sino el regalo más grande que el ser humano podía recibir. A Él sea toda la gloria, la honra y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Venid, aclamemos alegremente a Jehová
Tuya es la alabanza y la gloria, Dios poderoso, y solo a Ti toda la tierra rinde alabanzas