Tenían todo a su alcance y no conocieron al Salvador

¿Qué podemos decir de Jesús? Este transciende la simpleza de nosotros los mortales, puesto que en Él radica la perfección misma, toda la sabiduría, toda la santidad y la pureza. Si en una balanza ponemos todo lo «puro» de este mundo y en la otra ponemos «solo» a Jesús, te aseguro que toda nuestra pureza quedaría en tierra. Nada en este mundo puede igualarse a Su gloria. Él es la medida de lo perfecto, el estándar de lo santo, el reflejo vivo del carácter de Dios en carne.

La Biblia nos dice en el libro de Juan capítulo 1 que Jesús, siendo Dios eterno y creador de todas las cosas, vino y se humilló, convirtiéndose en hombre, entregando Su vida por nuestros pecados presentes y futuros. El Verbo, que estaba con Dios y era Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:14). No hay mayor muestra de amor ni acto más sublime que ese: Dios hecho hombre para salvar al hombre.

¿Sabes todas las personas que pudieron caminar junto a Jesús en este mundo? Fueron miles las que escucharon Su voz, vieron Sus milagros, comieron de los panes multiplicados y fueron testigos de su misericordia. Sin embargo, gran parte de ellos, teniendo todo a su alcance, no conocieron a su Salvador, no reconocieron a Jesús. Tenían al Hijo de Dios frente a sus ojos, pero no lograron ver más allá de sus prejuicios y corazones endurecidos.

Oh amigos, ¿recuerdan a aquellos discípulos que iban caminando con el mismo Jesús resucitado de camino a Emaús? (Lucas 24:13-35). Ellos andaban con Jesús, escuchaban Sus palabras, pero sus ojos estaban velados y no sabían que ese era Jesús. Solo cuando Él partió el pan, sus corazones ardieron y comprendieron que siempre había estado allí con ellos. Esta historia es un espejo para nosotros: podemos tener a Jesús a nuestro lado y aun así no reconocerlo.

¿Estamos cometiendo el mismo error? ¿Tenemos todo a nuestro alcance —Biblia, oración, congregación, enseñanza— y aún así no estamos conociendo a nuestro Salvador? Esta es una pregunta que debemos hacernos en esa intimidad cuando estamos a solas con nosotros mismos. Conocer de Jesús no es lo mismo que conocer a Jesús. Podemos tener información, pero si no tenemos comunión, nuestra relación se queda vacía.

Vivimos en un mundo donde el hombre está pendiente de la fama, del dinero, del éxito y de la apariencia. Y tristemente esto incluye a muchos dentro del cristianismo, que por ir tras lo equivocado, teniendo a Jesús de frente ni siquiera tienen tiempo suficiente para verlo. El ruido del mundo apaga la voz del Maestro, y la prisa por lo temporal nos roba lo eterno. No olvidemos que Jesús dijo: «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?» (Marcos 8:36).

¿Sabías que el sumo sacerdote Caifás tuvo al mismo Jesús, al Salvador del mundo, frente a sus ojos? Sin embargo, prefirió acusar al Maestro en vez de seguirle. Este ejemplo es impactante: puedes estar en lo religioso, conocer la ley, ocupar una posición de autoridad espiritual y aun así perder de vista a Cristo. Caifás no reconoció al Mesías, y tristemente muchos hoy repiten ese error, aferrándose a su tradición y desechando al Hijo de Dios.

La pregunta más importante es: ¿y nosotros? ¿Estamos reconociendo a Jesús en nuestra vida diaria? ¿Le vemos en medio de las pruebas, en medio del sufrimiento, en medio de la rutina? Porque Él está allí, caminando a nuestro lado, aunque muchas veces nuestros ojos no lo perciban.

Examinemos nuestras vidas, y busquemos si realmente estamos viendo a Jesús a nuestro lado. Abramos nuestros corazones a Su presencia, no dejemos que el pecado, la rutina o las distracciones nos cieguen. Jesús no es un personaje del pasado, es el Señor resucitado que vive hoy, que quiere ser nuestro Salvador, nuestro amigo y nuestro guía. No basta con caminar junto a Él, debemos reconocerle, entregarle nuestra vida y vivir en obediencia a Su voz. Solo así podremos decir con certeza: «Sí, yo conozco a Jesús, y Él camina conmigo cada día».

¿Por qué Dios me ama?
El Señor te bendiga