En Tu nombre alzaré mis manos

A Dios alzaré mis manos, no importa el estado en que me encuentre, pues mi corazón está convencido de que Él es mi salvador y cuidador fiel cada día. Alabaré al Señor porque mi vida depende de Su misericordia y de Su gracia. No hay circunstancia tan difícil, no hay tristeza tan profunda, ni prueba tan fuerte que pueda apagar la alabanza que debe brotar de los labios de un hijo de Dios agradecido.

Aunque mi espíritu esté afligido, aunque mis fuerzas se desvanezcan y mi corazón sienta desfallecer, con todo bendeciré Tu nombre, oh Señor. Tú me sostienes cuando camino en valles oscuros, y en medio de las dificultades me llevas a lugares delicados y seguros. Tu poder me levanta cuando ya no tengo fuerzas, y cada día me haces más fuerte para enfrentar las batallas de la vida. Esa es la razón por la cual mi alma no se rendirá a la desesperanza, sino que levantará sus manos en adoración.

Tu misericordia me sostiene, oh Dios. Por eso, mis labios y mi corazón proclamarán lo maravilloso que eres, no solo en los momentos de abundancia, sino también en las temporadas de sequía. Tú eres la fuente inagotable de amor y bondad, y por esa razón mi voz se unirá al coro celestial que proclama día y noche: “¡Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso!”.

3 Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán.
4 Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos.

Salmos 63:3-4

El salmista David entendió esta verdad eterna: la misericordia de Dios es mejor que la vida misma. La vida en esta tierra es pasajera, frágil, llena de incertidumbres y dificultades; pero la misericordia del Señor permanece para siempre. Esa misericordia que nos guarda, que nos perdona, que nos cubre aun cuando fallamos, es la mayor razón para levantar nuestras manos y alabar al Dios de gloria. No hay nada más valioso que haber sido alcanzados por Su gracia y ser sostenidos por Su amor.

Alzar las manos delante de Dios no es un simple gesto externo, es una declaración de rendición, de dependencia y de adoración. Cada vez que levantamos nuestras manos, estamos reconociendo que no podemos solos, que necesitamos de Su ayuda, que nuestro socorro proviene únicamente de Él. Así como un niño levanta sus manos para que su padre lo cargue y lo proteja, así nosotros levantamos nuestras manos clamando por la fuerza, el refugio y la paz de nuestro Padre celestial.

Aunque mi espíritu esté indispuesto, aunque viva momentos de extrema aflicción, aunque me encuentre atravesando el valle de sombra de muerte, con todo levantaré mis manos y daré gloria y honra al Dios Todopoderoso. Él es mi luz en la oscuridad, mi esperanza en la desesperanza y mi gozo en medio de la tristeza. Su presencia transforma cualquier situación amarga en una oportunidad para experimentar Su fidelidad.

No habrá desierto que me detenga, ni la falta de agua me hará desfallecer, porque Tú oh Dios eres mi sustento eterno. ¿No fue acaso Tu poderosa mano la que sustentó al pueblo de Israel en el desierto? ¿No fuiste Tú quien envió maná del cielo y agua de la roca cuando no había recursos visibles? De la misma manera, hoy creo que Tú sigues siendo el Dios proveedor que nunca falla, que nunca abandona, que nunca deja a Sus hijos sin cuidado.

Por esa razón, sin importar cómo nos encontremos, debemos levantar nuestras manos y alabar Su Santo Nombre. No dejemos que las preocupaciones ni los problemas apaguen nuestra adoración. Al contrario, que en medio de las tormentas se escuche más fuerte nuestra alabanza, porque el Dios que adoramos es más grande que cualquier adversidad. Él es nuestro Dios poderoso que nos ayuda cada día, nuestro refugio en la tribulación, nuestro amparo en la tormenta.

Conclusión: Rindámonos delante de Dios, porque Él es digno de toda gloria. Reconozcamos que Su misericordia es mejor que la vida y que Su amor nos sostiene día tras día. Que en todo tiempo, con gozo o en lágrimas, con abundancia o en necesidad, podamos levantar nuestras manos y declarar: “Señor, Tú eres mi Dios, y en Ti confiaré siempre”. Vivamos agradecidos, adorando al Señor en todo momento, porque Él es nuestro sustento eterno y nuestra mayor razón para vivir.

¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?
La obra del Espíritu Santo