Cristo murió por nosotros

Dios realmente nos ha amado como nadie nos ama en este mundo. Muchas veces escuchamos a personas decir que no existe un amor tan grande como el de una madre hacia sus hijos, y ciertamente es un amor inmenso y admirable. Sin embargo, la Biblia nos enseña que hay un amor aún más profundo, más perfecto y eterno: el amor de Dios. Un amor que se manifestó de la manera más radical posible, al entregar a su único Hijo en la cruz del Calvario para darnos salvación y librarnos de la condenación eterna.

El único motivo por el que hoy podemos tener vida, esperanza y paz es porque Cristo derramó su preciosa sangre en favor nuestro. No fue un simple acto de compasión, fue el sacrificio supremo, donde la justicia y la misericordia se encontraron. En la cruz vemos la ira de Dios siendo satisfecha y al mismo tiempo la gracia de Dios siendo derramada sobre la humanidad. Esa es la grandeza del amor divino.

8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

9 Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.

10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.

Romanos 5:8-10

El apóstol Pablo nos recuerda que lo asombroso del amor de Dios no es solo que Cristo murió, sino cuándo lo hizo: “siendo aún pecadores”. Nosotros no teníamos méritos, no estábamos buscando a Dios, ni éramos justos ni buenos. Éramos culpables, enemigos de Dios, y merecedores del peor castigo. Sin embargo, en ese estado deplorable, Dios nos amó con un amor eterno y decidió salvarnos. Esto es lo que hace único al evangelio: Dios nos buscó cuando nosotros no queríamos saber nada de Él.

Ese amor no es simplemente un sentimiento; es un acto concreto, histórico y eterno. Cristo fue a la cruz de manera voluntaria, cargó con nuestros pecados, sufrió la ira que merecíamos y abrió el camino hacia la reconciliación con el Padre. Gracias a ese sacrificio hoy podemos tener paz con Dios, ser llamados hijos suyos y vivir con la seguridad de la vida eterna.

El pasaje también nos enseña que hemos sido justificados en su sangre. La justificación significa que Dios nos declara inocentes, no porque lo seamos en nosotros mismos, sino porque Cristo tomó nuestra culpa y nos cubrió con su justicia. Ya no somos condenados, ya no estamos bajo juicio, sino que hemos sido librados de la ira divina. Esa es la esperanza gloriosa que sostiene a todo cristiano.

Además, Pablo señala que ahora somos reconciliados con Dios. Antes, estábamos alejados, vivíamos en enemistad con Él, pero la cruz restauró esa relación rota. Cristo es el puente que une al hombre pecador con un Dios santo. Y si Él hizo tanto por nosotros cuando éramos enemigos, ¡cuánto más ahora que somos sus hijos! Por eso el apóstol concluye: “seremos salvos por su vida”. Es decir, no solo hemos sido salvados de nuestro pasado, sino que seguimos siendo sostenidos y guardados por la vida resucitada de Cristo, que intercede constantemente por nosotros.

Reflexionar en esta verdad debería transformar nuestra manera de vivir cada día. No se trata de un sacrificio que solo recordamos en Semana Santa, sino de una realidad que nos acompaña en cada momento: el Hijo de Dios murió y resucitó para salvarnos. Esa certeza debe llevarnos a la gratitud constante, a la obediencia fiel y al amor sincero hacia Aquel que nos amó primero.

Conclusión: Cristo murió por nosotros cuando no lo merecíamos, y gracias a esa obra hoy tenemos vida, justificación y reconciliación con Dios. Cada mañana debemos recordar el valor incalculable de su sacrificio y vivir a la luz de esa gracia inmerecida. Que nunca olvidemos que todo lo que somos y tenemos es por la sangre derramada en la cruz, y que cada día levantemos nuestra voz para dar gloria y honra al Dios que nos amó con un amor eterno.

Un cuerpo y un Espíritu
Para mí el vivir es Cristo