Esperanza que no avergüenza

Como creyentes de Jesús es normal que pasemos por pruebas, por desprecio de los demás, burlas, incomprensiones y hasta rechazo por defender nuestra fe. La Biblia nos enseña claramente que “en el mundo tendréis aflicción” (Juan 16:33), y por eso no debemos sorprendernos cuando estas situaciones llegan a nuestras vidas. Sin embargo, en medio de todo eso debemos comprender que tenemos una esperanza gloriosa: reunirnos con Cristo Jesús en los cielos. Esa esperanza no es un simple deseo humano, sino una promesa divina que sostiene nuestro caminar, y por lo tanto nunca debe avergonzarnos ni debilitar nuestra fe.

Cuando enfrentamos momentos de tribulación, es natural sentir dolor, lágrimas y hasta confusión. Sin embargo, esas pruebas no llegan para destruirnos, sino para moldear nuestro carácter y hacernos crecer espiritualmente. Así como el fuego purifica el oro, las pruebas purifican nuestra fe y nos preparan para ser vasos de honra en las manos del Señor. Cada burla, cada desprecio o cada situación de adversidad nos recuerda que este mundo no es nuestro hogar definitivo, sino que caminamos hacia una patria celestial donde Cristo nos espera con los brazos abiertos.

La Biblia dice:

3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia;

4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza;

5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Romanos 5:3-5

Este pasaje nos recuerda que las tribulaciones no son pérdidas, sino inversiones eternas. El apóstol Pablo enseña que a través de ellas aprendemos paciencia, y esa paciencia a su vez nos lleva a experimentar la fidelidad de Dios en nuestras vidas. La paciencia produce carácter probado, y ese carácter nos conduce a una esperanza firme, que no es frágil ni engañosa, sino una esperanza segura porque está fundamentada en Cristo. Esa esperanza jamás nos avergüenza, porque no depende de ilusiones humanas, sino del amor de Dios derramado en nosotros por el Espíritu Santo.

Es lógico que las pruebas nos saquen lágrimas, que en ocasiones nos lleven a terrenos oscuros donde creemos que Dios nos abandonó. David mismo en los salmos expresó su sentir de soledad y angustia, pero al final siempre reconocía que el Señor era su refugio. Debemos entender que esas tribulaciones son un honor, porque nos identifican con Cristo, quien también padeció por nuestra causa. Al soportar con fe, estamos mostrando al mundo que nuestra confianza no está en las circunstancias, sino en el Dios que gobierna sobre todas ellas.

Esa paciencia nos conduce a una esperanza que este mundo no puede ofrecer. El ser humano puede depositar su confianza en riquezas, logros o personas, pero todas esas cosas son pasajeras y frágiles. En cambio, la esperanza en Cristo es eterna, firme e inquebrantable. Nos recuerda que, aunque ahora pasemos por sufrimiento, un día todo dolor terminará. No habrá más lágrimas, ni enfermedad, ni persecución, porque moraremos con Cristo en una eternidad de gozo. Esa es la esperanza viviente que nos impulsa a seguir adelante, aun cuando las pruebas parecen insostenibles.

Oh amado hermano, tenemos esperanza en Cristo, y eso es suficiente para seguir luchando, soportando y viviendo con un norte real. Estamos peleando la buena batalla de la fe, y las tribulaciones presentes son nada comparadas con el peso de gloria eterna que se nos ha prometido. El apóstol Pablo decía en 2 Corintios 4:17: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. Que estas palabras sean nuestro consuelo y nuestra fortaleza diaria.

Conclusión

Las pruebas son inevitables, pero no son eternas. La paciencia que nace en medio de ellas nos fortalece, y la esperanza que cultivamos en Cristo nos mantiene firmes. No caminamos solos, el Espíritu Santo ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones para que podamos resistir y vencer. Por eso, en lugar de temer o avergonzarnos, debemos abrazar esa esperanza que nos sostiene y recordar que nuestra recompensa final es estar con Cristo por la eternidad. Así que sigamos adelante, confiando en que cada lágrima y cada lucha tienen un propósito eterno en los planes perfectos de Dios.

Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos
Viviendo en el Espíritu