Un hombre de Jericó llamado Zaqueo escuchó de pronto que Jesús, el Salvador, pasaba por la ciudad. Este jefe de los publicanos, hombre conocido por su riqueza pero también por su deshonestidad, sintió un profundo deseo de ver al Maestro. Sin embargo, había un problema: era de baja estatura, y la multitud que rodeaba a Jesús era muy grande. Humanamente parecía imposible acercarse a Él, pero Zaqueo no se conformó con esa limitación. Decidió hacer algo inusual: subirse a un árbol sicómoro para poder ver al Señor. Su aparente desventaja se convirtió en la oportunidad que Dios usaría para cambiar su vida.
La multitud seguía a Jesús con ansias, pero no todos lo buscaban con el mismo fervor. Zaqueo, a pesar de su cargo y reputación, mostró una determinación que llama la atención. Estaba desesperado por contemplar al Salvador, y esa disposición le abrió la puerta a un encuentro que marcaría su eternidad.
4 Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí.
5 Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.
6 Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso.Lucas 19:4-6
Este pasaje revela algo maravilloso: no fue solo Zaqueo quien buscó a Jesús, sino que también Jesús le buscaba a él. Entre toda la multitud, el Maestro levantó la mirada y lo llamó por su nombre. ¡Qué detalle tan personal y conmovedor! Jesús no lo ignoró, no lo rechazó por su pasado de corrupción o por lo que la gente pensaba de él. Al contrario, le mostró gracia y lo honró con su presencia.
Zaqueo podría haberse sentido ridiculizado por trepar a un árbol como un niño, o intimidado por las murmuraciones de la multitud, que lo despreciaba por ser recaudador de impuestos. Sin embargo, nada de eso lo detuvo. Su necesidad de ver a Jesús era más grande que su orgullo, y esa humildad abrió la puerta para que Cristo transformara su vida. Cuando escuchó que el Señor quería hospedarse en su casa, descendió rápidamente y lo recibió con gozo. ¡Qué contraste! Un hombre rico, pero vacío, ahora hallaba la verdadera riqueza en la comunión con Cristo.
El encuentro con Jesús produjo un cambio inmediato en Zaqueo. No fue necesario que el Señor le diera un sermón sobre la avaricia o sobre la justicia. La sola presencia de Jesús en su vida lo llevó a confesar públicamente su deseo de enmendar sus errores. Prometió dar la mitad de sus bienes a los pobres y devolver cuatro veces más a quienes había defraudado. Su corazón endurecido por el dinero se volvió sensible y generoso al experimentar el amor y la gracia de Dios. Esta es la evidencia de una verdadera conversión: un cambio visible, sincero y radical.
La transformación de Zaqueo es un ejemplo poderoso para nosotros hoy. Muchas veces tenemos todas las facilidades para acercarnos a Dios —iglesias abiertas, Biblias accesibles, medios digitales que nos permiten escuchar la Palabra— y aun así lo rechazamos. Pero Jesús sigue llamando, sigue diciendo: “Hoy quiero ir a tu casa”. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a recibirlo con gozo como lo hizo Zaqueo?
Cuando Cristo entra en una vida, la cambia por completo. Lo que antes nos dominaba pierde su poder, lo que antes era motivo de orgullo se convierte en oportunidad de humildad, y lo que antes amábamos desordenadamente ahora queda en segundo lugar frente al amor de Dios. Jesús declaró que la salvación había llegado a la casa de Zaqueo, y esa misma salvación sigue estando disponible para todo aquel que abre su corazón.
Querido lector, no importa cuán grande sea tu pasado ni cuántas murmuraciones existan sobre ti. Jesús conoce tu nombre, sabe dónde estás y desea entrar en tu vida. No te detengas por la multitud, por las críticas o por tus limitaciones. Haz como Zaqueo: búscalo con todo tu corazón, supéralo todo para ver a Cristo, y desciende pronto cuando Él te llame. Porque cuando el Salvador entra en casa, entra también la salvación, la paz y la verdadera alegría.