Cada día debemos tener plena confianza en el Señor, creer firmemente que Él es quien puede ayudarnos en cualquier circunstancia. Dios es el que cambia nuestras situaciones más difíciles, el que transforma nuestras vidas, el que abre puertas cuando todo parece cerrado. Por eso, nuestra fe no debe estar depositada en lo que vemos o sentimos, sino en el poder de nuestro Dios, que nunca falla. Confiar en Él es reconocer que nuestra vida depende totalmente de su amor y de su voluntad perfecta.
A veces oramos y pedimos al Señor con insistencia, pero no recibimos una respuesta inmediata. Esto no significa que Dios se haya olvidado de nosotros o que no le importe nuestra situación. Todo lo contrario: Él conoce el momento exacto en el que debe obrar. Sus tiempos son perfectos, y aunque no siempre coinciden con los nuestros, siempre resultan ser los mejores. Por esta razón debemos aprender a pedir según su voluntad y no presentarnos delante de Él con exigencias, como si tuviéramos derecho a ordenar lo que debe hacer. La oración correcta es la que se humilla y reconoce: «Señor, hágase tu voluntad y no la mía».
El momento llegará en el que Dios incline su oído y escuches claramente su respuesta. Quizás esa respuesta llegue en un susurro de paz a tu corazón, o en un acontecimiento inesperado que confirme lo que esperabas, o tal vez en una negativa que te enseñe que su plan es mejor que el tuyo. Lo cierto es que, una vez que recibes la respuesta de Dios, tu vida no volverá a ser la misma, porque habrás sido bendecido directamente por su mano poderosa.
14 Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.
15 Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.
1 Juan 5:14-15
Este pasaje nos recuerda una verdad gloriosa: Dios escucha a sus hijos. No existe oración sincera que quede en el vacío. Cada palabra pronunciada con fe llega al trono de la gracia. La condición, sin embargo, es clara: debemos pedir conforme a su voluntad. Esto significa que nuestra oración debe alinearse con su Palabra y con su propósito eterno. Dios no está obligado a conceder todo lo que pedimos, pero sí promete que nos dará aquello que es bueno, perfecto y agradable delante de Él.
Por eso, cuando pidamos, debemos hacerlo con un corazón humilde y sincero, sin manipulación ni doblez. Sea cual sea la situación que enfrentemos, llevemos nuestras cargas al Señor, sabiendo que Él tiene el control. La respuesta vendrá en el momento indicado, ni antes ni después, sino en el tiempo exacto de Dios. Nuestra tarea es no desmayar, sino perseverar en la oración, confiando en que Dios nunca llega tarde.
Cuando dejamos de pedir como si Dios fuera nuestro siervo y comenzamos a pedir reconociéndolo como nuestro Señor, entonces nuestra vida de oración cambia radicalmente. Ya no oramos desde el egoísmo, sino desde la rendición; ya no pedimos caprichos, sino que buscamos su voluntad. Y lo más hermoso es que, en esa actitud de entrega, Él nos escucha y nos responde con amor. Aprender a aceptar su voluntad es el mayor acto de confianza que un creyente puede dar. Aunque no siempre entendamos sus decisiones, sabemos que todo lo que hace es para nuestro bien.
Conclusión: Amado hermano, no te desesperes si la respuesta a tu oración aún no llega. Recuerda que Dios está obrando en silencio, preparando lo mejor para ti. Confía, espera, y no olvides que cada petición que haces, cuando está alineada a su voluntad, es escuchada por el Padre. Vive confiado, porque el Señor es fiel y nunca te abandonará. En su tiempo perfecto verás cumplido lo que Él ha determinado, y entonces podrás testificar que Dios siempre escucha y responde a quienes le buscan con un corazón sincero.