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Ama a Dios de todo corazón

Ama a Dios de todo corazón

Amar al Señor nuestro Dios es el primer y más grande mandamiento de la Biblia. No se trata de una sugerencia ni de una opción secundaria, sino de un mandato central para todo aquel que quiera vivir bajo la voluntad de Dios. No podemos llamarnos cristianos y al mismo tiempo no amar a Dios; sería algo totalmente contradictorio, pues la esencia de nuestra fe comienza y termina en el amor que profesamos al Creador.

La Biblia dice:

5 Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.

6 Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón;

7 y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.

Deuteronomio 6:5-7

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Este pasaje nos muestra que el amor a Dios debe ser completo, total, sin reservas. Debemos amarle con todo el corazón, es decir, con nuestras emociones y afectos; con toda el alma, entregando nuestra voluntad y deseos; y con todas nuestras fuerzas, lo cual implica acción, obediencia y entrega en todo lo que hacemos. El amor a Dios no es algo superficial, sino una dedicación plena y continua.

Ahora bien, ¿cómo aprendemos nosotros a amar a Dios? No existe una fórmula humana para ello, pues lo que nos impulsa verdaderamente a amar a Dios es el sacrificio de Cristo en la cruz. Jesús murió y resucitó por nosotros, pecadores indignos, y ese acto de gracia incomparable es suficiente para llevarnos a rendir nuestra vida en amor y gratitud. “Nosotros le amamos a Él porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19). El amor de Dios es la causa y nuestro amor es la respuesta.

De la misma manera, este mandamiento no se limita a nuestra vida individual. La instrucción de Moisés a Israel fue clara: transmitir este amor a las siguientes generaciones. Debemos enseñar a nuestros hijos el por qué debemos amar a Dios, lo que Él ha hecho por nosotros y quién es Él. No se trata solo de enseñarles versículos, sino de mostrarles con nuestro ejemplo lo que significa amar a Dios en lo cotidiano: en casa, en el trabajo, en la escuela, al acostarse y al levantarse. Amar a Dios es un estilo de vida.

Este es un reto que la Palabra nos presenta. No basta con que nosotros conozcamos y amemos a Dios; debemos llevar ese conocimiento a nuestra familia, de manera que ellos también aprendan a amar al Señor. En tiempos en que tantas distracciones intentan apartar a los niños y jóvenes de la fe, enseñarles a amar a Dios con todo su ser es una tarea urgente y fundamental.

Amemos a Dios por su grande amor hacia nosotros, por entregar a su único Hijo en la cruz del Calvario para redimirnos de nuestros pecados. El amor a Dios no puede ser solo de palabras; debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra obediencia y en nuestra devoción. Cuando servimos a otros, cuando perdonamos, cuando somos compasivos, estamos mostrando que amamos a Dios, porque guardamos sus mandamientos.

Conclusión: Amar a Dios es el principio de toda vida cristiana verdadera. Es el mandamiento que sostiene a todos los demás, pues si amamos a Dios de todo corazón, también obedeceremos su Palabra, amaremos a nuestro prójimo y viviremos para Su gloria. Que este amor sea transmitido a nuestra familia, a nuestros hijos y a todos los que nos rodean, de manera que el nombre del Señor sea exaltado de generación en generación. Recordemos siempre: amar a Dios no es una carga, es un privilegio y la mayor bendición que podemos experimentar.

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