Estamos viviendo un momento que, de hecho, ya pertenece a la historia. Esta época quedará escrita en los libros como una de las pandemias más mortíferas que haya atravesado la humanidad. Nadie imaginó ver ciudades completas vacías, familias separadas, hospitales llenos hasta el límite y países enteros en cuarentena. ¿Has visto esos videos donde arrancan a una persona de su hogar para internarlo por el covid-19? ¿Has notado cómo su familia no puede volver a verle hasta que se recupere? Y en algunos casos, ese ser querido jamás regresa. Esa es una de las partes más dolorosas de este tiempo: quedará en la memoria de la humanidad como una etapa de desesperación y de pérdidas, donde muchos lloraron lo que más amaban.
Ante este panorama, surge la pregunta: ¿qué haremos los que confiamos en el Señor en medio de esta pandemia? Nuestra tarea no es hundirnos en la desesperanza, sino ser luz en medio de la oscuridad. Debemos reconfortar a otros, extender palabras de aliento y mostrarles que Dios sigue siendo bueno, que este tiempo difícil pasará, que no es algo eterno. La historia humana demuestra que todas las crisis tienen un final, y también esta lo tendrá. Sin embargo, más allá de esperar que todo vuelva a la normalidad, debemos discernir lo que el Señor nos está diciendo en medio de todo esto. Su mensaje es claro: ¡Vuélvete a mí!
Cuando los cimientos de la tierra se estremecen, cuando las certezas humanas se derrumban, Dios llama a su pueblo a regresar al primer amor. Nos recuerda que no debemos confiar en nuestra fuerza, en la ciencia o en los sistemas de este mundo, sino en el Dios que sostiene todo con el poder de su palabra. La pandemia, con todo su dolor, nos confronta con la fragilidad de la vida y nos invita a reflexionar sobre la eternidad. Jesús mismo dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
En momentos así, es común escuchar voces que cuestionan a Dios. Algunos dicen que Él no está en control, que no tiene piedad de la humanidad o incluso que no existe. Pero debemos enseñar con la Palabra que no es así. Todo esto estaba ya anunciado en las Escrituras: plagas, pestes y pruebas que vendrían sobre el mundo. Y sin embargo, en medio de ello, Dios sigue teniendo el control absoluto. Nada escapa de Sus manos. El profeta Habacuc clamó en medio de tiempos turbulentos y Dios le recordó que “el justo por la fe vivirá” (Habacuc 2:4). Esa es también nuestra seguridad hoy: vivir por fe y no por vista.
La Biblia también nos enseña que aun en medio del sufrimiento, Dios tiene propósitos. El apóstol Pablo escribió: “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28). Esto incluye momentos de enfermedad, crisis mundial y dolor. Puede que no entendamos ahora todos los “porqués”, pero sí podemos confiar en que nuestro Padre celestial está obrando para Su gloria y para nuestro bien eterno.
Por eso, amados hermanos, no nos dejemos vencer por el temor. Mantengamos nuestros ojos en Jesús, fuente de vida eterna. Sigamos orando, creyendo, ayudando a los necesitados y mostrando que en Cristo hay esperanza. Aprovechemos estos días para volver a la oración en familia, para leer la Palabra juntos, para reconciliarnos con Dios en aquellas áreas en que nos hemos descuidado. Que esta pandemia no solo quede en la historia de la humanidad, sino también en nuestra historia personal como el tiempo en que volvimos a Dios de todo corazón.
Conclusión: Esta pandemia pasará, como pasaron otras en el pasado. Pero la gran lección que debemos aprender es que Dios siempre está en control y que nada nos puede separar de Su amor. Volvámonos a Él, confiemos en Su gracia y vivamos con la esperanza puesta en Cristo, nuestro Redentor eterno.