En la vida cristiana existen virtudes que nos acercan más a Dios y otras actitudes que nos alejan de su gracia. Una de esas actitudes negativas que la Biblia nos advierte rechazar es la altivez, ya que no solo daña nuestra relación con el prójimo, sino también nuestra comunión con el Señor. Por el contrario, la humildad nos abre las puertas para vivir bajo el favor divino y alcanzar la verdadera victoria espiritual.
Ser altivos no nos ayudará en nada, ni tendremos buenos beneficios, al contrario, seremos vistos con malos ojos por muchas personas. Peor aún, Dios nos mirará de lejos.
Ser altivos delante de Dios no nos ayudará a ser victoriosos aún estando dentro de los caminos de Dios y menos fuera. En cambio, cuando eres humilde y reconoces que eres pecador delante de Dios y de los demás, ya eres victorioso en el Señor.
La humildad en el Señor nos hace ser personas buenas, pasivas, dedicadas, compresivas, y lo mejor de todo es que sabemos cuando estamos mal. Esto nos hace aceptables delante de Dios, porque cada día vamos delante de Él humillados para que Él nos perdone por cualquier falta de que hayamos cometido delante de Él.
La Biblia nos dice lo siguiente acerca de las personas que saben reconocer sus errores y se humillan delante de Dios:
Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.
Santiago 4:10
En este capítulo Santiago nos habla de la amistad con el mundo, por eso todos los que están en el mundo no reconocen sobre humillarse delante de Dios. Es por eso que Santiago dice claramente «humillaos delante del Señor y él os exaltará», pero no nos olvidemos que también dentro del redil habían personas que solo le importaban sus propios beneficios y además había rencor entre ellos.
Y sobre los altivos, la Biblia nos dice lo siguiente:
Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, Mas al altivo mira de lejos.
Salmos 138:6
Dios es grande y maravilloso y atiende al humilde, a aquel que se humilla y que sabe reconocer que es pecador, mas al altivo lo mira de lejos. No olvidemos que Dios es justo y por eso debemos cumplir su palabra día tras día.
Cuando una persona es altiva, suele pensar que todo lo puede por sus propias fuerzas. Esto genera orgullo, desprecio hacia los demás y una vida apartada de la voluntad de Dios. La altivez no permite reconocer la dependencia que tenemos del Creador, y en lugar de acercarnos a su gracia, nos aparta de ella. La Biblia está llena de ejemplos de hombres que, al confiar en su altivez, terminaron cayendo en la ruina.
En contraste, la humildad no significa debilidad ni falta de carácter. La humildad bíblica es reconocer que todo lo que tenemos y lo que somos proviene de Dios. Es aceptar que necesitamos de su guía, de su perdón y de su misericordia cada día. Un corazón humilde se abre al aprendizaje, a la corrección y a la disciplina del Señor.
Jesús mismo nos dio el mayor ejemplo de humildad. El Hijo de Dios, siendo eterno y poderoso, se despojó de su gloria y vino al mundo como un siervo. Su vida entera fue una lección de mansedumbre, y aún en el momento de mayor dolor, mostró obediencia al Padre. Por eso la Escritura nos anima a seguir su ejemplo, recordándonos que el verdadero camino al éxito espiritual no es la altivez, sino la humildad.
Además, la humildad también transforma nuestras relaciones interpersonales. Una persona humilde es capaz de escuchar, perdonar, comprender y reconocer sus errores. En cambio, una persona altiva difícilmente acepta una corrección, y mucho menos pide perdón. De allí que la humildad no solo es un requisito delante de Dios, sino también una virtud necesaria para vivir en paz con los demás.
Los grandes hombres de la Biblia que fueron usados por Dios tuvieron que pasar primero por un proceso de humillación. Moisés fue quebrantado en el desierto, David aprendió a depender de Dios en medio de la persecución, y el apóstol Pablo confesó que todo lo que tenía lo consideraba pérdida con tal de ganar a Cristo. Todos ellos reconocieron que sin Dios nada podían hacer.
En conclusión, la altivez es un muro que nos separa de Dios, mientras que la humildad es un puente que nos acerca a Él. Recordemos siempre que “Dios atiende al humilde, pero mira de lejos al altivo”. Si queremos vivir en victoria, debemos abandonar todo orgullo y revestirnos de un espíritu humilde. Así alcanzaremos la gracia de Dios, tendremos paz en nuestras relaciones y, sobre todo, seremos exaltados por el Señor en su debido tiempo.