La vida es corta… ¡Hasta luego Kobe!

La vida es un regalo de Dios y, al mismo tiempo, un misterio. Cada día que abrimos los ojos es una oportunidad que no debemos dar por sentada, pues nadie puede garantizar que llegará a ver el atardecer. Este recordatorio no es para vivir con miedo, sino para vivir con gratitud y sabiduría, reconociendo que el Creador es quien sostiene nuestra existencia. Entender la fragilidad de la vida no es una desventaja, es un acto de verdadera sabiduría que nos impulsa a vivir con propósito, en lugar de desperdiciar el tiempo en cosas pasajeras.

Te levantas temprano en la mañana, dispuesto a comenzar tu día, pero realmente no sabes lo que sucederá. Vas a la cama en la noche confiando en que despertarás, pero esa certeza no está en tus manos. La vida es un soplo, como una neblina que aparece por un momento y luego desaparece. Todo puede cambiar en décimas de segundos, y ser conscientes de esa verdad debe llevarnos a valorar más el presente y a buscar refugio en Dios. Vivir cada día como si fuera un regalo, y no como una rutina automática, es una señal de un corazón sabio.

La fragilidad de la vida se evidencia en múltiples escenarios. Una llamada inesperada puede cambiarlo todo; una visita al médico puede traer noticias que trastocan nuestra rutina; un accidente en carretera, un vuelo que no llega a destino, un soldado que no regresa de la guerra. Son miles las formas en que la vida terrenal se interrumpe. Estas realidades nos recuerdan que nuestra existencia no está bajo nuestro control absoluto. Aunque intentemos planear cada detalle, no podemos escapar a la verdad de que somos dependientes del Señor en cada respiración.

La Palabra de Dios lo expresa con claridad: «No hay hombre que tenga potestad para refrenar el viento con el viento, ni potestad sobre el día de la muerte; y no se da licencia en tiempo de guerra, ni la impiedad salvará a los que la practican (Eclesiastés 8:8)». Estas palabras nos recuerdan que, por más poderosos que seamos, nadie puede detener el día de la muerte. La humanidad puede avanzar en ciencia, tecnología o medicina, pero jamás tendrá el control sobre ese instante final. Nuestra única esperanza es descansar en el Señor, quien tiene autoridad sobre la vida y sobre la muerte.

La muerte es un enemigo que no respeta fronteras ni condiciones sociales. Afecta al rico y al pobre, al famoso y al desconocido. No importa el nivel académico, la posición política o la fama, todos estamos destinados a enfrentar ese momento. La diferencia está en cómo nos preparamos para ello. Los que confían en Dios saben que, aunque la muerte llegue, hay esperanza de vida eterna en Cristo Jesús. Por eso debemos vivir recordando que un día daremos cuenta al Dios omnipotente, y nuestras vidas, finitas y frágiles, necesitan estar en sus manos.

Cada día, en distintas partes del mundo, lágrimas son derramadas. Familias enteras enfrentan la ausencia de un ser querido, y el dolor del luto nos recuerda lo quebrantado que está este mundo. Hoy oramos para que Dios traiga consuelo a todos aquellos que sufren por una pérdida: los que enfrentan enfermedades incurables, los que pierden a un ser amado en un accidente, los que enfrentan la amarga herida del suicidio o los que lloran a causa de la violencia y la guerra. Dios sigue siendo nuestro refugio en medio del dolor, y su promesa es estar cercano a los quebrantados de corazón.

Un ejemplo que marcó a millones en el mundo ocurrió el 26 de enero de 2020, cuando nueve personas perdieron la vida en un accidente aéreo, entre ellas el reconocido jugador Kobe Bryant y su hija Gianna de tan solo 13 años. Aquella noticia sacudió al mundo entero, no solo por la fama de quien partía, sino porque nos recordó que la muerte llega sin previo aviso. Muchos se preguntaron: “¿Cómo es posible que alguien tan joven, tan fuerte y exitoso, pueda partir tan pronto?”. Este suceso nos recuerda que la vida no depende de lo que somos, tenemos o logramos; depende únicamente de Dios.

Por eso, cada día debemos reflexionar: ¿cómo estoy viviendo? ¿Estoy preparado para el día en que mi vida llegue a su fin? La respuesta está en Cristo. Él dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (Juan 11:25). Esta es nuestra esperanza y nuestro consuelo: que la muerte no es el final para quienes han depositado su fe en el Salvador.

Conclusión: La vida es corta, frágil y vulnerable, pero en Cristo hallamos fortaleza, propósito y esperanza eterna. Mientras tengamos aliento, aprovechemos cada día para buscar a Dios, amar a los demás y caminar en su voluntad. Aunque no sabemos cuándo será nuestro último día, sí podemos decidir vivir con fe y confianza en Aquel que venció la muerte. La muerte es inevitable, pero en Jesús tenemos la promesa de la vida eterna. Ese es el mayor consuelo que podemos tener y compartir.

Si escuchas hoy su voz, atiende a Su llamado
La misericordia de Dios perdona nuestros pecados