Acudamos a Dios

Vivimos en un mundo envuelto en el caos en todo el sentido de la palabra. Basta con mirar las noticias o incluso nuestras propias comunidades para darnos cuenta de que la violencia, la injusticia, la enfermedad, la pobreza y el sufrimiento son parte de la vida diaria. Nosotros, como cristianos, no somos un “oro intocable” al que nada le sucede; por el contrario, también experimentamos el dolor, la enfermedad, la aflicción, el déficit económico y la persecución. Somos parte de este mundo quebrantado y sufrimos como los demás, pero la gran diferencia es que tenemos una esperanza viva en Cristo. Por eso la pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué hacemos en esos momentos de crisis? ¿A quién acudimos cuando la adversidad nos golpea?

Sí, digo nuevamente que como cristianos también sufrimos, y a veces sufrimos mucho. La Biblia nunca nos prometió una vida sin pruebas; de hecho, Jesús mismo dijo que en el mundo tendríamos aflicción, pero que confiáramos porque Él había vencido al mundo. Lo maravilloso de nuestra fe es que no sufrimos solos. Tenemos a un Dios poderoso al cual podemos acudir en medio de la tormenta, y que nos invita a clamar a Él con fe. Cuando la enfermedad toca a nuestra puerta, no debemos desesperar ni perder la esperanza, sino recordar que hay un Dios al que podemos orar con confianza, creyendo que su voluntad es buena, agradable y perfecta.

14 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.

15 Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados.

Santiago 5:14-15

El Dios de ayer es el mismo Dios de hoy y lo seguirá siendo por la eternidad. La Escritura nos dice que en Él no hay sombra de variación ni mudanza, lo cual significa que sus promesas permanecen y su poder sigue siendo el mismo. El mismo Dios que abrió el mar Rojo, que sanó a los ciegos y levantó a los paralíticos en los tiempos bíblicos, es el Dios al que servimos hoy. Él sana conforme a su infinita voluntad y misericordia, y cuando lo hace es para mostrar su gloria y recordarnos que Él tiene todo el control.

Entonces, ¿por qué no acudir a Dios cuando estamos enfermos o enfrentamos cualquier dificultad? El apóstol Santiago nos da instrucciones claras: si alguno está enfermo, debe buscar la ayuda espiritual de los ancianos de la iglesia, para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. Esta no es una práctica meramente simbólica, sino un acto de fe y obediencia que reconoce la autoridad y el poder de Dios para sanar. La promesa es que la oración de fe salvará al enfermo, y que el Señor lo levantará. Incluso añade que si hubiera cometido pecados, le serán perdonados, recordándonos que la sanidad de Dios no solo toca el cuerpo, sino también el alma.

Hermanos, tenemos un Dios que sana, y su poder no tiene límites. No importa cuál sea la enfermedad, lo que parece imposible para los médicos es posible para el Señor. Él tiene el poder de sanar lo peor, pero siempre lo hace conforme a su voluntad. Es importante entender que la verdadera fe no consiste en exigirle a Dios que haga lo que queremos, sino en confiar plenamente en lo que Él quiere para nosotros. Su voluntad siempre es lo mejor, aunque a veces no lo comprendamos en el momento.

La fe no elimina las pruebas, pero nos da la fortaleza para enfrentarlas con esperanza. El apóstol Pablo vivió con una “espina en la carne” que nunca fue quitada, y sin embargo aprendió a descansar en la gracia de Dios, que le dijo: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. De la misma manera, nosotros podemos confiar en que, ya sea que el Señor nos sane físicamente o nos sostenga en medio de la enfermedad, Él siempre está obrando para nuestro bien y su gloria.

Por eso, en lugar de dejarnos dominar por el miedo o la desesperanza, debemos acercarnos al trono de la gracia con fe. Dios escucha nuestras oraciones, se compadece de nuestro dolor y nos fortalece para seguir adelante. Él es nuestro refugio y nuestra fortaleza, “nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”.

Amado hermano, no olvides esta verdad: no estás solo en tu sufrimiento. El Dios todopoderoso está contigo en cada paso del camino. Su amor nunca falla, su poder nunca se agota y su misericordia es nueva cada mañana. Por lo tanto, ten fe, cree en Dios con todo tu corazón y confía en que Él está contigo como poderoso gigante. Aunque el mundo esté en caos y tu vida enfrente pruebas dolorosas, puedes descansar en la certeza de que el Señor es tu sanador, tu protector y tu esperanza segura.

Proverbios de Salomón para los jóvenes
Andemos por fe, no por vista