Cada día de nuestras vidas debemos darle gracias a Dios por sus respuestas hacia nosotros, porque Él nunca se ha olvidado de sus hijos, sino que les responde aún en sus momentos más difíciles. Aun cuando pensamos que nuestras oraciones no han sido escuchadas, Dios está obrando en silencio, preparando lo mejor para cada uno de nosotros. Reconocer esto nos permite vivir con un corazón agradecido, entendiendo que la fidelidad de Dios no depende de nuestras circunstancias, sino de su carácter perfecto e inmutable.
Dios nunca ha dejado al justo desamparado, no se ha olvidado del mendigo, ni de la viuda, ni del desnudo, ni del ciego, Él siempre estará presente. Él es el Dios que ve, el Dios que escucha y el Dios que responde. Recordemos algo muy importante: debemos ser pacientes, porque Dios nunca llega tarde, porque Él siempre está a nuestro alrededor. Sus tiempos son perfectos, y aunque para nosotros parezca tardanza, Él llega en el momento exacto en que su propósito se cumplirá en nuestras vidas.
Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador,
Y grande en misericordia para con todos los que te invocan.
Salmos 86:5
Alabemos al Señor todos los habitantes de la tierra, demos gloria y honra al Todopoderoso, porque Dios es bueno para con todos nosotros. Sus misericordias están con todos los que se humillan y aclaman su nombre por todos los siglos. La gratitud debe estar siempre en nuestros labios, porque cada día vemos nuevas misericordias. No importa cuán difícil haya sido la noche, la mañana siempre trae consigo la esperanza de un Dios que no cambia. Alabar a Dios no es solo un acto de adoración, sino también un recordatorio de que nuestra confianza está en Él.
La grandeza del Señor nos rodea, somos librados por su misericordia, de día y de noche vemos su gran bondad en cada una de nuestras vidas. Dios es fiel y verdadero, Él nunca falla, aunque a veces nos desesperamos y decimos: ¿Dónde está Dios? Mas el Señor está siempre pendiente de nosotros. Él está en medio de la tormenta, en la enfermedad, en la escasez, en la soledad, y también en los momentos de alegría y abundancia. Su presencia es constante y nos sostiene cuando nuestras fuerzas se acaban.
Escucha, oh Jehová, mi oración,
Y está atento a la voz de mis ruegos.
Salmos 86:6
Muchas personas cometen el error de decir que Dios nunca los escucha, pero todos los que confiamos en el Señor sabemos que, Dios sí nos escucha. Lo que ocurre es que desde que nos pasa algo ya queremos pedirle a Dios con exigencias, como si Él estuviera obligado a responder de inmediato según nuestros deseos. Pero, recordemos que no podemos estar dándole órdenes a Dios, como si Dios fuera nuestro títere. Dios es Dios y Él responde en el momento que Él considere necesario. Su voluntad es buena, agradable y perfecta, y siempre será mejor que la nuestra.
Debemos aprender a confiar en el silencio de Dios, porque muchas veces en esos silencios Él nos está enseñando paciencia, dependencia y fe. El Señor no trabaja bajo presión humana, sino bajo su perfecta soberanía. Por eso, cuando sientas que tu oración no tiene respuesta, no dejes de confiar, sigue clamando y esperando en Él, porque sus oídos nunca están cerrados a la oración de sus hijos.
En el día de mi angustia te llamaré,
Porque tú me respondes.
Salmos 86:7
Es bueno que sigamos confiando en el Señor, así como el salmista David, que confiaba plenamente en Dios. Él sabía que el Señor le respondía en sus momentos de angustias, y por eso nunca dejó de clamar. Esa fe firme es la que necesitamos hoy: creer que aunque no veamos la respuesta inmediata, Dios está trabajando. Es bueno que sigamos creyendo fielmente en el Señor y Él hará. Su fidelidad es eterna y su amor nunca cambia. Podemos descansar en la seguridad de que quien comenzó la buena obra en nosotros será fiel en completarla.
Por lo tanto, no desmayemos en la oración ni en la confianza. Cada día que despertamos es una oportunidad para agradecerle y confiar en que Él tiene el control. Así como cuidó de David, cuidará también de nosotros. Así como libró a los justos en la antigüedad, nos librará a nosotros. Que cada momento de angustia sea una ocasión para acercarnos más a Él, sabiendo que el Señor escucha y responde con amor. Sigamos alabando y confiando, porque el Dios que respondió a David también responderá a nosotros.