Es cierto que somos importantes para Dios, pero otra cosa muy cierta es que debemos entender nuestra posición de siervo inútil, no podemos tener la mentalidad de que lo que tenemos lo tenemos porque lo merecemos, sino que todo lo que Dios nos permite tener es por pura gracia. Hay unas palabras que dice el libro de Salmos sobre lo grande que es Dios y lo diminutos que somos nosotros y aún así el Altísimo nos visita:
Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,
Y el hijo del hombre, para que lo visites?Salmo 8:4
Un gran ejemplo de cómo Dios siendo tan grande puede interesarse por nosotros es pensar que un elefante sea amigo de una hormiga, ciertamente la hormiga es casi invisible comparada con un elefante y parece hasta una locura pensar en una amistad como esa, sin embargo, de la misma manera, Dios siendo tan grande, siendo tan poderoso y santo nos ha elegido a nosotros y ha decidido poner su mirada en nosotros.
Ahora bien queridos hermanos, imaginemos que somos como una hormiga delante de Dios, esto quiere decir que todo el escenario es para Dios, que toda la gloria es para Él y no para nosotros. Por lo tanto, cualquier cosa que hagamos en esta vida, cualquier logro o bendición recibida, no puede ser motivo para gloriarnos a nosotros mismos, sino para reconocer que es el Señor quien nos permite disfrutar de todo lo que tenemos. Cada paso que damos, cada aliento de vida, procede de su infinita misericordia y gracia.
Jesús habló a sus discípulos diciendo aquellas cosas que podían hacer si tenían fe, pero más adelante les recordó que la gloria solo es para Dios:
9 ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no.
10 Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.
Lucas 17:9-10
Hermanos míos, no creamos que el hacer la obra de Dios, tales como evangelizar, ir al templo temprano, ayudar a los necesitados o cantar en el coro, nos hacen ser el personaje principal, sino que cuando hacemos todo eso solamente tenemos que decir: “Lo que debía hacer hice, siervo inútil soy”. Esto no significa que Dios no valore nuestro servicio, al contrario, significa que reconocemos que todo lo hacemos por Él y para Él, no para nuestra gloria personal.
Cuando adoptamos esta actitud de humildad, entendemos que el verdadero protagonista es Cristo. Nosotros simplemente somos instrumentos en sus manos. Es Dios quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer, y por eso no podemos atribuirnos méritos que solo corresponden al Creador. El orgullo espiritual es un enemigo que debemos rechazar, porque fácilmente puede desviarnos de la verdad y llevarnos a pensar que nuestras obras son suficientes para justificarnos.
El apóstol Pablo escribió en una de sus cartas que todo lo que somos y todo lo que tenemos lo debemos a la gracia de Dios. En 1 Corintios 15:10 dijo: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy”. Esto nos recuerda que no importa cuántos dones tengamos o cuántos ministerios desempeñemos, sin la gracia del Señor no seríamos absolutamente nada. Esa gracia nos sostiene, nos transforma y nos capacita para servir con un corazón dispuesto.
Además, esta enseñanza nos ayuda a mantener la perspectiva correcta en la vida cristiana. Cuando reconocemos que somos siervos inútiles, dejamos a un lado el deseo de reconocimiento humano y comprendemos que nuestra verdadera recompensa viene de Dios. No buscamos aplausos ni elogios, sino que actuamos con amor y obediencia, sabiendo que el Padre celestial ve en lo secreto y Él es quien nos recompensará en su momento perfecto.
Por eso, toda la gloria, honra y majestad sea dada a Dios y no a nosotros mismos. Él es quien merece toda exaltación, pues de Él, por Él y para Él son todas las cosas. Que cada día podamos vivir reconociendo que sin Cristo nada somos y que nuestra mayor alegría es ser llamados hijos de Dios, siervos que sirven con amor y humildad, esperando un día escuchar de sus labios las palabras: “Bien, buen siervo y fiel”.