Algo que debe preocuparnos fuertemente como creyentes en Cristo Jesús es que el mundo no puede, no debe y no es nuestro hogar. Pertenecemos a un reino que no es de este mundo, pertenecemos a una ciudadanía celestial que esperamos firmemente. Y no debemos menguar en cuanto a esto de saber que el mundo no es nuestro hogar, y es que al estar en el mundo, a veces nos queremos adaptar o acostumbrar al sistema de este mundo y esta no debe ser nuestra manera de pensar.
Es muy común que, debido a las presiones sociales, el afán por obtener riquezas, comodidades o la aprobación de los demás, los creyentes lleguemos a olvidar que nuestra verdadera ciudadanía es celestial. Sin embargo, la Palabra de Dios nos recuerda constantemente que estamos aquí de paso, que la vida en la tierra es temporal y que nuestra mirada debe estar puesta en la eternidad. Esta perspectiva debe animarnos a vivir de manera diferente, a no dejarnos arrastrar por los valores de un mundo que cada día se aleja más de Dios.
Tenemos como ejemplo a los profetas en el antiguo testamento y a los apóstoles en el nuevo testamento, a nuestra amada iglesia primitiva, y más allá de todos a nuestro Señor Jesucristo, quienes no estimaron a este mundo, quienes esperaban en algo mejor y nunca se acostumbraron ni adaptaron a este mundo. ¿Sabías que lo peor que le puede pasar a un creyente es sentirse muy cómodo en este mundo?
El mismo Jesús declaró que Su reino no es de este mundo. Esto nos deja claro que si en algún momento comenzamos a sentirnos demasiado identificados con la cultura, el pecado y las costumbres terrenales, corremos el riesgo de apartarnos de la verdadera fe. El creyente debe aprender a usar las cosas de este mundo sin apegarse a ellas, debe disfrutar de las bendiciones que Dios le da, pero entendiendo que nada se compara con la gloria venidera que nos espera en Cristo Jesús.
Unos de mis pasajes favoritos en las Escrituras es Hebreos 11, ya que nos habla de hombres de Dios que tuvieron una fe inquebrantable y eso nos enseña a no desmayar y aún en medio de la debilidad mantenernos firmes.
13 Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
14 Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria;
15 pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver.
16 Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.
Hebreos 11:14-16
Estos versículos son un poderoso recordatorio de que los grandes hombres de fe nunca se dejaron absorber por lo pasajero. Ellos anhelaban una ciudad celestial y confiaban plenamente en las promesas del Señor. Este testimonio debe inspirarnos a no rendirnos ni a conformarnos con lo efímero, sino a caminar con la mirada puesta en lo eterno. Cada día que pasa nos acerca más a la patria celestial, y eso debe darnos esperanza y gozo.
El apóstol Pablo también hacía énfasis en este mismo pensamiento cuando escribió a los Filipenses: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). Aquí encontramos una afirmación clara de nuestra identidad espiritual. No somos ciudadanos de este mundo, somos embajadores de Cristo en la tierra y tenemos una misión que cumplir antes de regresar a nuestro verdadero hogar.
Vivir como peregrinos implica aprender a soltar lo que no tiene valor eterno. Implica amar más a Dios que a las riquezas, obedecer más a la Palabra que a las tendencias de la sociedad, y confiar más en la promesa de la vida eterna que en las seguridades pasajeras que este mundo ofrece. Es un llamado a ser diferentes, a reflejar la luz de Cristo en un mundo en tinieblas.
Somos peregrinos y extranjeros en esta tierra, las Escrituras una y otra vez nos dicen que no somos de este mundo amados, y este pasaje nos enseña mucho sobre ello, estas personas no esperaban en las cosas terrenales, porque ellos tenían una visión más allá y era la celestial. ¿Este mundo ha sustituido tu visión sobre Dios? Entonces es hora de recuperarla y comenzar a vivir para la eternidad y que nuestro sueño y prioridad sea Dios.
Recordemos que lo que vemos hoy es temporal, pero lo que Dios ha prometido es eterno. Nuestra esperanza está en una ciudad que Él mismo ha preparado para los que le aman. Por eso, no importa lo difícil que sea el camino, debemos perseverar, confiando en que al final recibiremos la recompensa eterna. Que cada día vivamos conscientes de que no somos de aquí, sino que caminamos rumbo a nuestra verdadera patria en los cielos.