No tenemos lucha contra carne y sangre

Es cierto que cuando Cristo nos trae a sus caminos comenzamos a vivir la mejor vida que jamás hayamos vivido. El gozo de conocerle y la paz de experimentar su perdón llenan nuestro ser de una manera indescriptible. Sin embargo, también es cierto que la vida cristiana no está exenta de pruebas. Al inicio, muchos sienten un entusiasmo especial, como en los primeros días de un matrimonio, donde todo parece perfecto, sin dificultades ni conflictos. Pero con el tiempo, la realidad se hace presente: enfrentamos procesos, pruebas y momentos incómodos. Esto no significa que Cristo nos haya fallado, sino que forma parte del camino de la fe.

Jesús nunca prometió comodidad, pero sí aseguró que tendríamos paz en medio de la tribulación. El mundo ofrece una paz superficial que depende de las circunstancias; Cristo, en cambio, ofrece una paz verdadera que trasciende cualquier dificultad. Por eso, cuando llegan las pruebas, debemos recordar que no estamos solos. Él camina a nuestro lado y fortalece nuestra fe, aunque el entorno parezca desmoronarse.

El apóstol Pablo lo expresó con gran claridad al hablar de la armadura espiritual:

11 Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.

12 Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Efesios 6:11-12

Estas palabras nos recuerdan que la vida cristiana es una batalla constante. No luchamos contra simples enemigos visibles, sino contra fuerzas espirituales que buscan apartarnos de Dios. Este conflicto no se libra con armas humanas, sino con la armadura de Dios: la verdad, la justicia, la fe, la salvación, la Palabra y la oración. Cada parte de esta armadura es esencial para resistir los ataques del enemigo y permanecer firmes en Cristo.

El problema es que a veces pensamos que podemos vencer en nuestras propias fuerzas. Nos engañamos creyendo que el conocimiento humano, la experiencia o incluso nuestras emociones serán suficientes para derrotar al enemigo. Pero Pablo nos deja claro que la victoria no depende de nuestra capacidad, sino de la fortaleza que viene de Dios. Él es quien pelea por nosotros, y nuestra tarea es confiar, obedecer y mantenernos vestidos con su armadura.

Podemos ilustrarlo con un equipo deportivo: ningún jugador, por talentoso que sea, puede ganar un campeonato solo. Necesita de sus compañeros y de un buen entrenador que trace la estrategia. De igual manera, en la vida cristiana, no podemos librar batallas espirituales en soledad. Necesitamos a nuestros hermanos en la fe y, sobre todo, a Cristo como nuestro Capitán. Si lo dejamos dirigirnos, nunca perderemos, porque en Él somos más que vencedores.

La lucha espiritual también implica resistir nuestras propias debilidades. Muchas veces la batalla más grande no está fuera, sino dentro de nosotros mismos: nuestros deseos, nuestro orgullo, nuestras tentaciones. Sin embargo, cuando dejamos que Cristo reine en nuestro corazón, esas batallas se convierten en oportunidades de crecimiento y madurez espiritual. Lo que parecía una derrota se transforma en victoria, porque Dios obra incluso en medio de la adversidad.

Por eso, si hoy atraviesas dificultades, recuerda que la vida cristiana no es un resort de lujos ni un camino fácil. Es un campo de batalla donde la victoria está garantizada si permanecemos en Cristo. La clave está en perseverar, en no rendirse, en confiar que Aquel que comenzó la buena obra en nosotros la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.

Que nunca olvidemos esta verdad: no caminamos solos. Cristo prometió estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Esa promesa debe ser suficiente para mantenernos firmes, aun cuando todo alrededor parezca difícil. La vida cristiana es una carrera de resistencia, pero quienes perseveran recibirán la corona incorruptible que Dios ha preparado para los que le aman.

El Señor me ha premiado conforme a mi justicia
Transformados por Jesús