Transformados por Jesús

Somos transformados por Jesús cuando decidimos entrar en el camino correcto y perfecto. La transformación verdadera no proviene de filosofías humanas, ni de métodos psicológicos, ni de la fuerza de voluntad, sino de Cristo mismo que entra en nuestras vidas. Cuando Cristo ocupa el centro de nuestro ser, todo comienza a cambiar: nuestra manera de pensar, nuestras prioridades, nuestras emociones y hasta nuestra forma de hablar. Nada vuelve a ser igual, porque la luz del evangelio disipa la oscuridad. Así, la transformación cristiana no es opcional, es la evidencia de que Jesús mora en nosotros. Él mismo prometió que haría nuevas todas las cosas, y esa promesa se cumple en la vida de los que creen.

No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento,
para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta.

Romanos 12:2

El apóstol Pablo nos exhorta a no conformarnos a este mundo. Esto significa no adoptar sus valores, su cultura contraria a Dios ni su manera vacía de vivir. Más bien, debemos renovarnos día a día en nuestro entendimiento. ¿Cómo ocurre esto? A través de la Palabra de Dios, que ilumina nuestro camino, y del Espíritu Santo, que abre nuestros ojos espirituales para comprender la voluntad de Dios, la cual es siempre buena, agradable y perfecta. La transformación comienza en la mente y el corazón, y luego se refleja en nuestras acciones.

¿Cómo pueden ser transformadas nuestras vidas? La respuesta es sencilla pero profunda: dejando todo lo que no agrada a Dios y buscándole en todo. Significa abrir la puerta de nuestros corazones para que Él pueda entrar y abundar el amor de Cristo en nosotros. No se trata de un cambio superficial ni de un maquillaje espiritual, sino de un cambio profundo en lo interior que produce frutos visibles en lo exterior. Cuando Cristo habita en nosotros, los frutos del Espíritu comienzan a florecer: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.

Durante su ministerio en la tierra, Jesús transformó innumerables vidas. A dondequiera que iba, le seguían ciegos que recobraban la vista, mudos que hablaban, paralíticos que caminaban, endemoniados que eran liberados. Aquellos encuentros con el Maestro no eran simples milagros físicos, eran muestras de la transformación total que Él ofrece: sanar el cuerpo, liberar el alma y renovar el corazón. Jesús no solo dio vista al ciego Bartimeo, también le dio fe. No solo levantó al paralítico de Betesda, también lo llamó a vivir en obediencia. Esa es la verdadera transformación, un cambio integral por el poder de Dios.

El Señor desea que seamos transformados y renovados en todo nuestro ser. Su voluntad es que nuestros pensamientos, que antes estaban cautivos del pecado, ahora sean llevados a la obediencia de Cristo. Cuando esto sucede, comenzamos a ver la vida desde la perspectiva del cielo y no desde la perspectiva terrenal. El creyente renovado sabe que todo tiene propósito, que aún las pruebas son parte del plan de Dios para perfeccionar nuestra fe y llevarnos de gloria en gloria.

Por tanto, nosotros todos,
mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor,
somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen,
como por el Espíritu del Señor.

2 Corintios 3:18

Este pasaje nos recuerda que la transformación cristiana no es instantánea, sino progresiva. Somos transformados de gloria en gloria, es decir, paso a paso, proceso tras proceso, hasta parecernos más a la imagen de Cristo. Cada día el Espíritu Santo trabaja en nosotros, moldeando nuestro carácter y quitando de nuestras vidas todo aquello que no refleja la gloria de Dios. Es un cambio continuo, permanente y creciente, que nos prepara para el día en que le veremos cara a cara.

Un ejemplo claro de transformación lo encontramos en la vida de Saulo de Tarso. Perseguidor de la iglesia, lleno de odio contra los cristianos, pensaba que servía a Dios destruyendo a los seguidores de Cristo. Pero un día en el camino a Damasco se encontró con Jesús resucitado y su vida cambió para siempre. De perseguidor pasó a ser perseguido por causa del evangelio. De enemigo de la cruz pasó a ser uno de los más grandes predicadores de ella. Ese mismo poder que transformó a Saulo en Pablo es el mismo poder que hoy nos transforma a nosotros cuando nos rendimos a Cristo.

La pregunta final es: ¿estamos permitiendo que Dios nos transforme cada día? La transformación no ocurre automáticamente, debemos rendirnos, obedecer, permanecer en Cristo y dejar que Su Espíritu obre en nosotros. Cuando lo hacemos, podemos testificar con seguridad: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Y esa es la evidencia más grande de que hemos sido verdaderamente renovados.

No tenemos lucha contra carne y sangre
No rechaces la gracia de Dios