Vuestro trabajo en el Señor no es en vano

Nos pasamos la vida entera trabajando duro, ya sea como empleados que cumplen horarios o como emprendedores que buscan levantar sus propios proyectos. Trabajamos con un fin y con un propósito definido; nadie se esfuerza simplemente por hacerlo, sino porque espera ver una recompensa, un fruto que justifique el sacrificio invertido. De la misma manera ocurre en el cristianismo: al final de nuestra carrera de fe esperamos recibir una recompensa eterna, una promesa cumplida, y por ello no debemos desanimarnos, pues el que prometió es fiel para cumplir. Esta certeza debe sostenernos en medio de cualquier circunstancia de la vida.

El apóstol Pablo escribió a la iglesia de Corinto recordándoles esta verdad:

57 Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

58 Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

1 Corintios 15:57-58

Este pasaje pertenece a un capítulo completo dedicado al tema de la resurrección de los muertos. Pablo explica que la resurrección de Cristo es la garantía de nuestra propia resurrección futura. La fe cristiana no se limita a esta vida, ni se centra solamente en lo terrenal; nuestra esperanza está puesta en la eternidad. Por eso, así como Cristo resucitó glorioso de entre los muertos, nosotros también resucitaremos y viviremos para siempre, alabando el nombre de nuestro Dios. Esa promesa es el fundamento de nuestra perseverancia.

Sin embargo, Pablo no ignora que la vida cristiana está llena de pruebas. En este mundo caído enfrentamos tentaciones, sufrimientos, injusticias y desánimos. Hay días en que parece que todo esfuerzo es inútil, que nuestras oraciones no producen cambios o que servir al Señor no tiene frutos visibles. Pero el apóstol nos recuerda que “vuestro trabajo en el Señor no es en vano”. Aunque los resultados no siempre se vean inmediatamente, cada acción hecha en obediencia y amor al Señor tiene valor eterno. Dios no es injusto para olvidar nuestra obra, y en su tiempo perfecto recompensará todo lo que hacemos para Él.

El versículo 57 nos recuerda algo fundamental: la victoria ya nos ha sido dada. No es algo que tengamos que conquistar con nuestras propias fuerzas, sino que fue alcanzada hace más de dos mil años en la cruz del Calvario. Cristo venció al pecado, derrotó a la muerte y abrió el camino para que podamos vivir en esperanza. Esa victoria nos pertenece porque somos parte de Él. Por tanto, cada paso que damos en fe, cada servicio que ofrecemos, cada sacrificio que hacemos por el reino, se convierte en una extensión de esa victoria que ya nos fue asegurada.

El llamado de Pablo es claro: estar firmes y constantes. La firmeza se refiere a no dejarnos mover por doctrinas falsas, emociones pasajeras o pruebas temporales. La constancia implica perseverar día tras día, incluso cuando no vemos resultados inmediatos. Y el crecimiento en la obra del Señor es un recordatorio de que nuestra vida espiritual nunca debe estancarse. Siempre hay un paso más que dar, un servicio más que ofrecer, una oportunidad más de reflejar a Cristo en nuestro entorno.

Hoy el mensaje es el mismo para nosotros: permanezcamos con la vista puesta en el blanco, que es Cristo Jesús. No trabajemos buscando reconocimiento humano, sino sabiendo que nuestra verdadera recompensa vendrá de Dios. Tal vez en este mundo seamos incomprendidos, ignorados o incluso criticados, pero el día que estemos delante del Señor escucharemos esas palabras gloriosas: “Bien, buen siervo y fiel”. Esa será la recompensa más grande y el motivo que hará que cada sacrificio valiera la pena.

Por eso, hermanos, sigamos adelante con fe y esperanza. No permitamos que el desánimo nos detenga. El mismo Dios que nos llamó es quien nos sostiene, y su Palabra garantiza que nuestro trabajo en Él jamás será inútil. Que cada día vivamos recordando que la victoria ya es nuestra en Cristo Jesús, y que nuestro esfuerzo en el Señor tiene un peso de gloria eterno que jamás se desvanecerá.

La tumba está vacía
Dios no dejará para siempre caído al justo