Jesús no vino a llamar a justos, sino a pecadores

Cada día debemos aprender a tener misericordia con los demás, así como el Señor es misericordioso con nosotros. Si Él, siendo Dios, tiene paciencia y compasión con nuestras debilidades, entonces ¿por qué no habríamos nosotros de actuar con el mismo espíritu hacia nuestro prójimo? Muchas veces se nos hace fácil juzgar los errores ajenos, pero olvidamos que también hemos fallado y que si hoy permanecemos de pie es por la infinita misericordia del Señor. Jesús mismo nos enseñó que la misericordia es más importante que los sacrificios externos, pues el verdadero culto a Dios se refleja en un corazón dispuesto a amar y perdonar.

Cuando vieron esto los fariseos,
dijeron a los discípulos:
¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?
Mateo 9:11

En este pasaje vemos la reacción de los fariseos al observar a Jesús compartiendo con los pecadores y publicanos. Para ellos, que se consideraban justos, era inconcebible que un maestro de la ley se sentara a comer con personas consideradas impuras o indignas. Sin embargo, Jesús tenía un propósito divino al acercarse a ellos: no vino a buscar a los que se consideraban justos, sino a los que reconocían su necesidad. Él entendía que estas personas necesitaban sanidad espiritual y salvación.

Es como sucede en la vida diaria: nadie acude a un médico si se siente completamente sano. El que busca ayuda es aquel que reconoce su enfermedad. De la misma manera, Jesús se acercaba a los necesitados, a los quebrantados de corazón, a los que cargaban culpas y heridas profundas. Mientras los fariseos veían en ellos a personas despreciables, Jesús veía almas que debían ser rescatadas.

Al oír esto Jesús, les dijo:
Los sanos no tienen necesidad de médico,
sino los enfermos.
Mateo 9:12

Con estas palabras, Jesús les mostró que el objetivo de su ministerio no era congraciarse con los líderes religiosos ni reforzar las apariencias externas, sino sanar lo más profundo del ser humano: el corazón. Algunos de aquellos pecadores sufrían enfermedades físicas, pero todos tenían una condición espiritual que necesitaba ser transformada. Y solo Cristo podía traer esa sanidad. El verdadero problema de los fariseos no era que se creyeran sanos, sino que en su orgullo no podían reconocer que ellos también estaban enfermos y necesitaban al Salvador.

El mensaje de Jesús sigue siendo actual: hay quienes creen que pueden vivir sin Dios, que no necesitan de su gracia. Pero la verdad es que todos somos pecadores y necesitamos acudir al único médico que puede sanar el alma. La peor enfermedad no es la del cuerpo, sino la del espíritu alejado del Señor. Y así como aquellos publicanos fueron alcanzados por la misericordia divina, también nosotros podemos recibir hoy ese regalo.

Id, pues, y aprended lo que significa:
Misericordia quiero, y no sacrificio.
Porque no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores, al arrepentimiento.
Mateo 9:13

Aquí Jesús cita al profeta Oseas para recordar que Dios no se complace en rituales vacíos, sino en un corazón que practica la misericordia. Los escribas y fariseos estaban acostumbrados a cumplir con ritos externos, pero carecían de compasión por el necesitado. Jesús les confronta y les muestra que el amor verdadero se demuestra al acercarse a los perdidos con un mensaje de esperanza. Él no vino a premiar a los que ya se consideraban justos, sino a llamar a los pecadores para que se arrepientan y encuentren vida en Él.

Este pasaje nos enseña que debemos alejarnos de la religiosidad vacía que juzga y excluye, y adoptar el corazón de Cristo que busca y rescata lo perdido. La misericordia no se limita a perdonar ofensas, sino que implica acercarnos con amor al que está lejos de Dios, al que sufre, al que necesita ser levantado. Nuestra misión es reflejar el carácter de Cristo, mostrando compasión y ofreciendo el mensaje de salvación.

Amados hermanos, que el ejemplo de Jesús nos inspire a vivir con un corazón misericordioso. No se trata de aparentar justicia delante de los demás, sino de vivir el amor de Dios en lo secreto y en lo público. Que podamos decir con nuestras acciones que hemos entendido lo que significa: «Misericordia quiero, y no sacrificio». Y que al igual que Cristo, también nosotros busquemos a los pecadores para guiarlos al arrepentimiento y a la vida eterna.

Venciendo al gigante
Habla, porque tu siervo oye