No es de buen gusto andar publicando con bombos y platillos las buenas obras que hacemos, porque todo lo que hacemos debe ser para la gloria de Dios y no para vanagloria de nosotros. El Señor ha dejado muy claro que Él no comparte su gloria con nadie, y cuando buscamos reconocimiento humano, desviamos el propósito real de la obra que hacemos. Las Escrituras nos muestran repetidamente que nuestras acciones deben tener un carácter humilde, dirigidas al servicio de los demás y al honor de nuestro Creador, no a la exaltación de nuestro propio nombre.
En el ministerio terrenal de Jesús, Él observó cómo los escribas y fariseos, que eran líderes religiosos de la época, caían en el error de convertir las buenas obras en espectáculos públicos. Cuando ayudaban a alguien, hacían sonar la trompeta y buscaban la atención de la gente, como si la finalidad de su acto fuese más la alabanza de los hombres que el agrado de Dios. Jesús, al ver estas prácticas, no las aprobó, sino que las denunció con firmeza. Y así lo expresó en el Sermón del Monte:
Cuando, pues, des limosna,
no hagas tocar trompeta delante de ti,
como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles,
para ser alabados por los hombres;
de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
Mateo 6:2
Este pasaje nos revela un principio profundo: si hacemos algo con la intención de ser vistos y aplaudidos, esa misma atención humana será toda la recompensa que recibiremos. No habrá premio eterno, ni reconocimiento divino, porque el corazón no estuvo en la actitud correcta. Ayudar al prójimo es una de las prácticas más hermosas que un creyente puede realizar, pero el valor de esa acción se multiplica cuando se hace en humildad y discreción, dejando que solo Dios sea testigo de lo realizado.
Jesús, en su enseñanza, añadió algo todavía más contundente:
Mas cuando tú des limosna,
no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha,
Mateo 6:3
Con estas palabras, Cristo no solo nos habla de discreción, sino de la necesidad de mantener un espíritu sencillo. La expresión “no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha” simboliza una actitud de humildad tan grande que ni siquiera deberíamos considerarnos a nosotros mismos como héroes por lo que hacemos. En otras palabras, no debemos permitir que nuestro corazón se llene de orgullo por las buenas acciones, porque todo lo que damos, en realidad, viene de Dios primero. Si somos generosos, es porque Él nos ha dado los medios y la disposición para serlo.
El Maestro también explicó cuál sería el resultado de esa actitud secreta y humilde:
para que sea tu limosna en secreto;
y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
Mateo 6:4
Aquí encontramos una promesa extraordinaria. Dios ve lo que los demás no ven. Él conoce nuestras intenciones más profundas, y cuando actuamos en obediencia a Su Palabra, Él mismo se encargará de honrarnos en el momento oportuno. No necesitamos propaganda humana, porque la recompensa divina es mucho más grande que cualquier aplauso terrenal. Esa recompensa puede ser paz, bendiciones materiales, puertas abiertas, fortaleza espiritual o incluso el reconocimiento de personas en circunstancias que jamás imaginamos. Pero lo importante es que proviene de Dios y no de los hombres.
Por eso, debemos ser cuidadosos en nuestra vida cristiana. El mundo actual nos empuja a publicar todo en redes sociales, a mostrar nuestras obras, nuestras donaciones o gestos de bondad. Sin embargo, los hijos de Dios estamos llamados a vivir bajo un estándar diferente. No necesitamos mostrar todo lo que hacemos; al contrario, es mejor que nuestras acciones sean conocidas en el cielo que celebradas en la tierra. Lo que Dios busca es un corazón sincero, que ame en silencio, que sirva sin esperar nada a cambio y que confíe en que el Padre celestial ve todo y sabrá recompensar en el tiempo perfecto.
No te vanaglories por las buenas obras que haces. Permite que permanezcan entre tú y Dios, porque así como haces bien en secreto, Dios te recompensará en público. Vivamos de tal forma que todo lo que hagamos, por pequeño o grande que sea, tenga un solo propósito: dar gloria al Señor. De esta manera, nuestro testimonio será verdadero y nuestra recompensa será eterna.