La Biblia nos habla de dos pactos de Dios con la humanidad, el primero fue un pacto lleno de leyes y prohibiciones, un pacto que Pablo lo define como algo que era casi imposible para el hombre salvarse y que no incluía a toda la humanidad. Ese pacto estaba lleno de ritos, cultos y ordenanzas que, aunque santos y ordenados por Dios, eran muy complicados para el hombre. Las ceremonias, los sacrificios de animales, la sangre derramada constantemente y los mandamientos que debían cumplirse rigurosamente nos muestran que la justicia propia no era suficiente para alcanzar la salvación. El propósito de ese pacto era apuntar hacia algo mayor, hacia la necesidad de un Salvador perfecto que pudiera hacer lo que ningún hombre podía.
Sin embargo, desde el principio Dios había prometido un segundo pacto, un pacto superior al primero, un pacto que terminaría de una vez por todas con el pecado y abriría la puerta de la salvación a toda la humanidad. Recordemos que a través del pecado de Adán reinó la muerte y la condenación pasó a todos los hombres, pero la historia no terminó en el Edén. En el plan eterno de Dios estaba enviar a su Hijo Jesucristo para traer vida y reconciliación. El segundo pacto, establecido en Cristo, no está basado en la justicia humana ni en obras de sacrificio, sino en la gracia y la fe en el sacrificio perfecto del Hijo de Dios.
El autor del libro de los Hebreos dedica parte de su carta a explicar con detalle estas dos realidades. En el capítulo nueve describe cómo funcionaba el culto en el tabernáculo bajo el antiguo pacto, con sus lámparas, panes, arca, querubines y rituales que los sacerdotes debían realizar continuamente. Aquellos sacrificios, sin embargo, nunca fueron suficientes para quitar el pecado del hombre, eran solo una sombra de lo que vendría. Más adelante nos dice que había de llegar un sacrificio distinto, único y eterno, el sacrificio de Cristo en la cruz. Y resume esa verdad con una de las declaraciones más poderosas de la Escritura:
Nuestra tarea ahora es guardar estas palabras en nuestros corazones, vivir confiando en Cristo todos los días de nuestras vidas y proclamar este mensaje de salvación. El primer pacto mostró la incapacidad del hombre; el segundo pacto revela la suficiencia de Cristo. No tenemos que cargar con culpas pasadas ni intentar justificar nuestras vidas por obras, porque ya tenemos un Salvador que se ofreció una vez y para siempre. Confiemos plenamente en Él, vivamos bajo la gracia de este nuevo pacto y aguardemos con fe su regreso glorioso. Cristo, nuestro mediador eterno, vendrá otra vez, y cuando aparezca será para salvación de aquellos que le esperan con amor y fidelidad.