El que no me ama, no guarda mis palabras

Todos sabemos que todo aquel que no guarda las palabras del Señor no le ama a Él. Si decimos que amamos al Señor, sus palabras deben permanecer en nosotros, y cuando esto sucede, no podemos seguir practicando lo malo. El amor verdadero hacia Cristo no se demuestra solo con palabras o emociones pasajeras, sino con obediencia a sus mandamientos. Jesús mismo nos enseñó que el amor se traduce en acción, y esa acción principal es atesorar y obedecer su Palabra.

Cuando el amor de Cristo no está en nosotros, el enemigo aprovecha el vacío en nuestro corazón para llenarlo con lo que no proviene de Dios. Un corazón sin Cristo es un terreno fértil para el pecado, el egoísmo y la desobediencia. Esa ausencia de la Palabra provoca un descontrol total en la vida del ser humano: se pierde el rumbo, se toman decisiones equivocadas y se cae en esclavitud espiritual. Por el contrario, cuando la Palabra habita en nosotros, ella actúa como una guía que ilumina el camino y fortalece nuestra fe.

Respondió Jesús y le dijo:

El que me ama, mi palabra guardará;
y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada con él.

Juan 14:23

Este versículo es una de las promesas más hermosas que encontramos en los evangelios. Jesús no solo pide que guardemos su Palabra, sino que asegura que quienes lo hagan recibirán el amor del Padre y la presencia de Dios mismo en sus vidas. ¡Qué privilegio tan grande! No se trata de una simple obediencia religiosa, sino de un acto de amor que trae consigo una recompensa gloriosa: la comunión íntima con el Padre y el Hijo. Cuando Cristo y el Padre hacen morada en nosotros, nuestra vida cambia por completo y experimentamos una paz que el mundo no puede dar.

En su ministerio, Jesús recorría las provincias enseñando a las multitudes que escuchar sus palabras era vital, pero obedecerlas era aún más importante. Aquel que guarda las palabras del Señor no será defraudado, porque Dios lo guardará en los días malos. Esa obediencia sincera trae consigo la protección divina y la esperanza de recibir las promesas del Padre. De esta manera, vemos que amar a Dios y obedecerle no son dos cosas separadas, sino que van de la mano. No se puede amar al Señor de labios y desobedecer sus mandamientos al mismo tiempo.

Es importante que cada día seamos sabios y caminemos bajo sus palabras, porque cuando lo hacemos, recibimos dirección para nuestras decisiones y fortaleza para enfrentar las pruebas. Además, su Palabra nos da sabiduría para discernir la verdad y rechazar las mentiras del enemigo. La obediencia no es una carga, sino un regalo que nos libra de caer en caminos de destrucción. La Palabra de Dios nos capacita para vivir en santidad y nos recuerda que nuestra ciudadanía no es de este mundo, sino del cielo.

El que no me ama, no guarda mis palabras;
y la palabra que habéis oído no es mía,
sino del Padre que me envió.

Juan 14:24

Estas palabras de Jesús son muy claras: no guardar su Palabra equivale a no amarle. No hay términos medios ni justificaciones. Si amamos al Señor, lo demostramos con hechos, viviendo conforme a lo que Él nos enseñó. Jesús también aclara que sus enseñanzas no son inventos humanos, sino que provienen directamente del Padre celestial. Esto nos da plena confianza de que obedecer a Cristo es obedecer al mismo Dios que lo envió.

Os he dicho estas cosas estando con vosotros.

Juan 14:25

En este pasaje, Jesús recuerda a sus discípulos que sus enseñanzas fueron entregadas para que las guardaran y las vivieran. Y lo mismo se aplica a nosotros hoy. No basta con escuchar un sermón o leer un versículo; debemos ponerlo en práctica, porque la Palabra es viva y eficaz, y tiene el poder de transformar nuestras vidas cuando la atesoramos en el corazón. Guardar sus mandamientos es la verdadera evidencia de nuestro amor por Él.

Queridos hermanos, creamos firmemente en las palabras del Señor, que son fieles y verdaderas porque provienen del Dios Todopoderoso. Caminemos bajo su cobertura, confiando en que un día todas sus promesas se cumplirán en nuestras vidas. Amemos sus palabras y guardémoslas cada día en nuestros corazones, porque en ellas encontramos la vida eterna y la plenitud del amor de Cristo. Si realmente decimos que le amamos, vivamos como hijos obedientes, honrando a nuestro Señor con cada decisión, pensamiento y acción.

Bienaventurados los que guardan mis caminos
Vuélveme el gozo de tu salvación