La vida antigua y la nueva

Recordemos aquellos momentos en los que estábamos completamente alejados de nuestro Creador, donde vivíamos una vida sin ruta, sin dirección, donde hacíamos cuanto queríamos y nos dejábamos llevar por cualquier viento. Sí, queridos hermanos, esa era una vida desordenada, una existencia marcada por la ausencia de Dios y por el vacío que nada podía llenar. Pero así como aquella luz poderosa alumbró a Pablo de Tarso en su camino a Damasco, también nos alumbró a nosotros esa luz admirable. Hoy ya no somos ni sombra de lo que éramos antes, sino que tenemos una nueva vida en Cristo Jesús nuestro Señor. Esta transformación no es obra humana, sino una manifestación del poder de la gracia divina que nos rescató de las tinieblas y nos trasladó a la luz de su Reino.

La Biblia nos dice:

5 Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría;

6 cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia,

7 en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.

Colosenses 3:5-7

Estos versículos nos recuerdan que antes de conocer a Cristo, vivíamos sumidos en las pasiones y deseos terrenales. Pero ahora hemos sido llamados a hacer morir esas cosas que nos separan de Dios. No se trata solo de un cambio superficial o de modificar ciertas conductas, sino de una transformación total en nuestro ser, de un renacimiento espiritual que nos lleva a vivir conforme a la voluntad de Dios. La fornicación, la impureza, la avaricia y los malos deseos no deben tener cabida en la vida de un creyente, pues nuestra identidad ya no se define por lo que éramos, sino por lo que somos en Cristo.

Lo cierto es que estamos en este mundo, pero no somos de este mundo. La Biblia nos recuerda en múltiples ocasiones que somos peregrinos y extranjeros aquí, que nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos. Por lo tanto, no debemos aferrarnos a las cosas temporales, sino vivir con la mirada puesta en lo eterno. Esta verdad nos desafía a revisar diariamente nuestras prioridades y a preguntarnos si lo que hacemos glorifica realmente a nuestro Salvador.

El milagro más grande que Dios ha hecho en nosotros es transformarnos de tal manera que nuestra vida antigua ya no tiene lugar en nuestra nueva existencia. Esa vieja naturaleza, marcada por el pecado, fue crucificada junto con Cristo, y ahora vivimos para la justicia. Este milagro de la regeneración es algo que debemos valorar y proteger, entendiendo que no podemos retroceder ni mirar atrás, porque Dios nos ha dado una vida abundante en su Hijo. Como nuevas criaturas, ya no deseamos lo que antes nos dominaba, sino que buscamos agradar a Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.

Tenemos que hacer morir cada día las obras de la carne. Esto implica un esfuerzo consciente, sostenido por el Espíritu Santo, para dejar atrás todo aquello que no agrada a Dios. Nuestra vida entera debe estar rendida a Cristo, porque si vivimos es para Él, si respiramos es para Él, y en ese mismo sentir todo lo que hacemos debe ser para la gloria de nuestro Rey y Señor Jesucristo. No hay espacio para el orgullo ni para la vanagloria, porque toda la gloria pertenece a Dios.

También la Biblia nos dice:

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.

2 Corintios 5:17

Este pasaje resume de manera perfecta nuestra realidad como creyentes. Estar en Cristo significa haber experimentado un cambio radical. Las cosas viejas pasaron: nuestros pecados, nuestra antigua manera de pensar y de vivir. Ahora todas las cosas son hechas nuevas. Y esta novedad de vida no es algo temporal, sino un proceso continuo en el que Dios nos va transformando día tras día hasta parecernos más a su Hijo Jesucristo. Vivir en Cristo es una experiencia de crecimiento constante, en la que aprendemos a dejar lo terrenal y abrazar lo celestial.

Queridos hermanos, ya estamos en Cristo y somos nuevas criaturas. Nuestra vida antigua quedó atrás y hoy vivimos una existencia completamente nueva en el Señor. No nos arrepentimos de este cambio, al contrario, lo celebramos, porque vivir en Cristo es ganancia, es esperanza, es salvación. Nada en este mundo tiene más valor que nuestra relación con Dios, y por ello debemos mantenernos firmes cada día, confiando en que el Señor nos sostendrá hasta el final.

Que el Señor Jesús nos ayude a permanecer en esta verdad, a no volver atrás y a mantenernos firmes en el camino que conduce a la vida eterna. Él es quien nos dio la vida nueva y en Él encontramos nuestra verdadera identidad.

Vuélveme el gozo de tu salvación
Súplica de liberación y dirección