Por la obediencia de uno, muchos serán constituidos justos

Recordamos esa historia en que Dios creó al hombre perfecto en todos sus caminos, sin embargo, este desobedeció el mandamiento de Dios y por ese solo hombre llamado Adán entró el pecado a toda la humanidad. Desde aquel instante la creación perfecta se vio afectada por la desobediencia y la relación directa con el Creador fue quebrada. Es por esto que las Escrituras nos dicen: «Por cuantos todos pecaron están destituidos de la gloria de Dios». Con estas palabras se nos muestra una realidad universal: el pecado no es una excepción, sino una marca que alcanzó a toda la raza humana.

No debemos pensar que la esperanza de la humanidad terminó en el Edén con el pecado de Adán. Al contrario, debemos comprender que en medio de la caída Dios ya tenía un plan de redención. Cristo, siendo justo y siendo Dios, ofreció su vida como grato holocausto por nosotros para volver a reunirnos con Dios, para que esa separación terminara en un madero ensangrentado. En la cruz se cumplió lo que parecía imposible: la distancia creada por el pecado fue abolida por la sangre del Hijo de Dios. Este es el centro del evangelio y el motivo por el cual tenemos esperanza hoy.

El apóstol Pablo explicó esta gran verdad a los Romanos:

19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

20 Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;

21 para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.

Romanos 5:19-21

Queridos hermanos, esta es la gran noticia, este es el símbolo de nuestra fe: que Cristo siendo justo padeció por nuestros pecados, no mirando nuestra condición humana y pecaminosa, sino que nos amó con un amor tan grande que entregó su vida por nosotros. No hubo mérito de nuestra parte, no hubo justicia humana suficiente, sino pura gracia divina derramada en el Calvario. Creo que ese es un gran motivo para nosotros glorificar a Dios en este día y darle gracias con todo nuestro corazón.

La obra de Cristo es presentada como un contraste directo con la desobediencia de Adán. A través de Adán, la muerte entró al mundo, la condenación se extendió y la humanidad entera quedó atrapada en el dominio del pecado. Sin embargo, por medio de Cristo, la gracia se manifestó de una forma sobreabundante. No solamente se nos perdona el pecado, sino que se nos concede una nueva vida en Cristo, una justicia que no es nuestra, sino la justicia perfecta de Jesús acreditada a nuestra cuenta.

De la misma manera que la muerte reinó a través del pecado de Adán en el Edén y pasó a toda la humanidad, así también la gracia de nuestro Señor Jesucristo ha reinado en nosotros para producir vida eterna. Y esta gracia nos hace mantener una esperanza viva de que un día reinaremos en ciudades celestiales juntamente con nuestro Dios. El pecado de Adán nos trajo muerte, pero la obediencia de Cristo nos asegura resurrección y gloria eterna. Así, la historia que comenzó con una tragedia en el Edén culmina con una victoria en la cruz y con la esperanza gloriosa de la eternidad con Dios.

Hoy, cada creyente es llamado a vivir bajo esa gracia maravillosa. No estamos más bajo la condenación, sino bajo la libertad gloriosa que Cristo compró. Esto debe motivarnos a vivir en gratitud, a obedecer a Dios no por miedo, sino por amor, y a proclamar a otros que en Jesús hay vida eterna. Que nunca olvidemos: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Y esa gracia es suficiente para sostenernos cada día hasta que estemos en la presencia de nuestro Salvador.

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