Dios nunca se olvida de sus hijos. Él se compadece de los que le temen, hace justicia a favor de todos ellos y nunca abandona a los que confían en su nombre. Para Dios nada es imposible y su misericordia es nueva cada mañana; ella nos sostiene, nos ayuda y restaura nuestras vidas en medio de nuestras debilidades. En los momentos de prueba, cuando sentimos que no podemos más, debemos recordar que tenemos un Padre celestial que cuida de nosotros con ternura y compasión.
Como el padre se compadece de los hijos,
Se compadece Jehová de los que le temen.Salmos 103:13
La Biblia nos enseña que el amor de Dios se compara al de un padre que ama a sus hijos. Los que temen a Jehová son bienaventurados, porque gozan de su cuidado especial. Cada día debemos aprender a estar confiados en Él, sin importar las dificultades que atravesemos. Aunque enfrentemos enfermedades, pérdidas o luchas internas, podemos descansar en la certeza de que Dios tiene en sus manos cada una de nuestras necesidades y que nunca permitirá que seamos probados más allá de lo que podamos resistir.
Dios observa cada una de las obras que hacemos, y especialmente la manera en que tratamos a nuestros hijos y a quienes dependen de nosotros. Así como un padre se compadece de sus hijos, así también Dios se compadece de nosotros. Él es sensible a nuestro dolor y se acerca con misericordia cuando clamamos a su nombre. Su compasión no se limita a nuestras fuerzas, sino que nos levanta aun cuando caemos y nos devuelve la esperanza en medio del quebranto.
Una de las prácticas que más debemos tener en cuenta es el amor. El apóstol Pablo lo dijo claramente: “El amor es el cumplimiento de la ley”. Todo aquel que tiene amor puede hacer buenas obras, y aun aquel que antes no practicaba el bien, después de haber experimentado el amor de Cristo comienza a transformar su conducta. El amor de Dios derramado en nuestros corazones nos capacita para perdonar, servir y ayudar a los demás, reflejando en nuestra vida la compasión que hemos recibido del Padre celestial.
Porque él conoce nuestra condición;
Se acuerda de que somos polvo.Salmos 103:14
Este versículo nos recuerda una verdad esencial: Dios conoce nuestra condición. A veces pensamos que el Señor se ha olvidado de nosotros, o que no comprende lo que estamos atravesando. Sin embargo, la Biblia nos asegura que Él sabe que somos polvo, frágiles y débiles, y por eso su trato hacia nosotros está lleno de paciencia y misericordia. Él no espera perfección de nuestra parte, sino un corazón sincero que le busque y confíe en su gracia. Esa conciencia de nuestra fragilidad debe llevarnos a depender más de Él y a descansar en su poder.
Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.
Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;
Has entendido desde lejos mis pensamientos.
Salmos 139:1-2
El salmista David reconocía con humildad que Dios lo conocía por completo. No había un solo pensamiento, una acción o una palabra que estuviera oculta de la presencia divina. Esta verdad no solo aplica a David, sino a todos nosotros. El Señor conoce nuestro acostarnos y nuestro levantarnos, sabe de nuestras alegrías y de nuestras lágrimas, comprende nuestras luchas internas y se acerca a nosotros con amor eterno. Él ve lo que nadie más ve y entiende lo que ni siquiera nosotros comprendemos de nuestro propio corazón.
En conclusión, podemos vivir con la confianza de que Dios nunca se olvida de nosotros. Su compasión es real, su misericordia es constante y su conocimiento de nuestra vida es perfecto. No importa cuán solos nos sintamos, el Señor nos recuerda que somos sus hijos y que siempre está dispuesto a levantarnos. Que cada día podamos descansar en la seguridad de su amor, dar gracias por sus maravillas y vivir conscientes de que Él es un Padre fiel que jamás abandona a los que le temen.