Desde un principio la gloria de Dios ha sido muy codiciada, el hombre ha querido poseer esa gloria que solo a Dios pertenece. El hombre siempre ha querido ser reconocido, recordado por todos y creerse el gran personaje de la creación, pero esto no es así hermanos, Dios es el gran personaje de toda la creación, el hombre no es el todo de la creación, Jesús es el todo de la creación y todo lo creado ha sido para satisfacer la voluntad divina de nuestro Dios.
Cuando reflexionamos en la historia bíblica y en la historia misma de la humanidad, podemos ver un mismo patrón: el ser humano ha buscado la exaltación personal. Los imperios, los gobernantes, los artistas y los filósofos muchas veces han querido adjudicarse una gloria que no les corresponde. Sin embargo, la Escritura nos recuerda con claridad que la gloria no pertenece al hombre, sino a Dios, porque solo Él es eterno, omnipotente y digno de toda exaltación.
La Biblia nos relata que Dios no comparte su gloria con nadie, también hay otro pasaje de la Biblia en el libro de Hechos que nos dice que el rey Herodes no daba la gloria a Dios y Dios frente a todo el pueblo hizo dar a notar de quién es la gloria. Es muy común ver en nuestros días como ciertos hombres quieren robar la gloria a Dios y creer que son la gran cosa, sin embargo, la Biblia dice que toda rodilla se doblará, no importa cuan poderoso se sientan, también dice que toda lengua confesará que Jesús es el Señor.
Ese pasaje sobre Herodes es un recordatorio solemne de que nadie puede ponerse en el lugar que solo pertenece al Creador. Los aplausos de la gente, los reconocimientos y los honores humanos son pasajeros, pero la gloria de Dios permanece para siempre. Hoy, aunque parezca que el hombre moderno confía únicamente en su ciencia, tecnología y logros, llegará el momento en que todos tendrán que reconocer que sin Dios nada es posible.
El apóstol Pablo dijo:
31 Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.
1 Corintios 10:31
Realmente debemos entender nuestra posición, nuestra posición no es brillar o ser la figura principal, ¡no! Nosotros solamente somos vasos de barro donde Dios ha decidido glorificarse, pero esto es para su propia gloria, no para la nuestra. El apóstol Pablo también dice que aquel que desee gloriarse que se gloríe en Dios. Hermanos, Dios es el único merecedor de toda gloria y honra, nosotros solo somos recipientes.
Este llamado del apóstol Pablo también nos invita a examinar cada área de nuestra vida. No se trata únicamente de los grandes ministerios o de predicar en una iglesia, sino de las cosas más sencillas: comer, beber, trabajar, estudiar, servir a la familia, ayudar al prójimo. Todo lo que hacemos debe estar enfocado en glorificar a nuestro Señor, mostrando a los demás que nuestra vida le pertenece y que nuestra meta es reflejar su luz.
Sigamos alzando la bandera de la reforma protestante, la cual decía: «Soli Deo Gloria» o «Solo a Dios la Gloria». Demos gloria a Dios con nuestras vidas y que todo lo que hagamos sea para rendir alabanza y gloria a Dios.
Cuando Lutero, Calvino y los reformadores defendieron esta verdad, lo hicieron en un contexto donde los hombres querían adueñarse de la gloria divina a través de tradiciones y jerarquías humanas. «Soli Deo Gloria» fue un grito que recordaba que no hay méritos humanos que puedan competir con la majestad del Señor. De la misma forma, hoy debemos recordar que nuestros logros, títulos o posesiones son secundarios frente al privilegio de vivir para glorificar a nuestro Creador.
En conclusión, todo lo creado existe para Dios y por Dios. Nuestra vida solo tiene verdadero propósito cuando reconocemos que no somos el centro, sino que Jesucristo es el todo en todos. Vivir para su gloria es el mayor honor que un ser humano puede tener, y en ello encontramos plenitud y paz. No busquemos reconocimiento humano, busquemos ser instrumentos que reflejen la luz de Cristo en medio de un mundo que cada día necesita más de Él. Recordemos siempre: ¡a Dios sea la gloria por los siglos de los siglos!