La alabanza a Dios es una de las expresiones más hermosas que el ser humano puede ofrecer al Creador. No se trata solamente de entonar cantos o pronunciar palabras, sino de un acto espiritual que nace del corazón agradecido. Cuando alabamos al Señor reconocemos su grandeza, su poder y sus maravillas. La alabanza nos conecta con la eternidad y nos recuerda que fuimos creados para darle gloria y honra.
Qué bueno es alabarte Jehová y cantar salmos a tu nombre, debemos cada día alabarle por su grandeza, y porque tiene misericordia de todos los seres humanos. Por estas buenas obras levantemos las manos dando honra y gloria al Dios Todopoderoso.
Como decía el Salmista David, pronunciando la grandeza del Señor, «qué bueno es alabarte Señor y cantar Salmos a tu nombre», David estaba dando a entender que cada vez que glorificaba a Dios se sentía bien y había paz en todo su interior.
Aclamad a Jehová, porque él es bueno;
Porque su misericordia es eterna.1 Crónicas 16:34
A este hombre de Dios le gustaba glorificar y bendecir el nombre del Señor. A él le gustaba que el pueblo se uniera con él en son de adoración hacia Dios, buscaba la forma de motivar al pueblo para que bendijera el nombre del Omnipotente Dios.
El pueblo también veía las maravillas que hacía el Señor, y todo el pueblo miraba todo lo que Dios hacía, cuando el Señor destruía naciones para defenderlos de todos sus adversarios.
Y decid: Sálvanos, oh Dios, salvación nuestra;
Recógenos, y líbranos de las naciones,
Para que confesemos tu santo nombre,
Y nos gloriemos en tus alabanzas.1 Crónicas 16:35
Lo maravilloso de todo esto es que en parte el pueblo a veces se ponía un poco rebelde y no obedecía el llamado de Dios, pero aun así Dios le libraba de todos los pueblos que querían destruirle, Dios le daba la victoria y ellos bendecían el nombre del Dios Todopoderoso.
Gritaban a gran voz, pronunciando el nombre del Señor, daban alabanzas y honra a aquel lo hizo todo, un Dios que todo el tiempo hizo misericordia y que libraba su pueblo de todo mal.
Bendito sea Jehová Dios de Israel,
De eternidad a eternidad. Y dijo todo el pueblo, Amén, y alabó a Jehová.1 Crónicas 16:36
Pueblos todos, batid las manos y alabad al Dios de Israel, glorifiquen su nombre den gloria y honra al que hizo todo con sus manos. Dios grande y majestuoso por toda la eternidad.
Hoy en día, el llamado sigue siendo el mismo: alabar al Señor en todo tiempo. No importa las dificultades que enfrentemos, la alabanza abre los cielos y nos permite ver la gloria de Dios. Cuando un creyente decide glorificar al Señor en medio de la prueba, demuestra que su confianza no depende de las circunstancias, sino de la fidelidad del Dios eterno.
La Biblia también nos enseña que la alabanza no debe ser un acto ocasional, sino un estilo de vida. Cada día podemos encontrar motivos para bendecir al Señor: el simple hecho de respirar, de tener una familia, de ver la provisión en la mesa, todo ello debe impulsarnos a levantar nuestras manos y decir: “Gracias Señor por tu bondad”.
La alabanza no es solamente colectiva, también es personal. Aunque el pueblo de Israel se reunía para cantar salmos, cada persona tenía que reconocer en lo íntimo de su corazón lo que Dios había hecho en su vida. De la misma manera, hoy cada creyente debe apartar un tiempo de adoración en su hogar, en su trabajo, o incluso en su caminar diario, para recordar que Dios está presente en todo lugar.
Recordemos que la alabanza también es un arma espiritual. Cuando Josué y el pueblo de Israel dieron vueltas alrededor de Jericó, no fueron sus armas físicas las que derribaron los muros, sino la obediencia y la proclamación en voz alta de la grandeza de Dios. Lo mismo sucede en nuestras vidas: cuando alabamos, los muros de la duda, del miedo y del desánimo caen, y la presencia del Señor trae libertad.
Conclusión
Alabar a Dios es un privilegio y una responsabilidad. Nos recuerda que no somos autosuficientes y que todo lo que tenemos proviene de Él. Cada vez que entonamos una alabanza o levantamos nuestras manos, estamos participando en el propósito eterno para el cual fuimos creados. Que nuestras vidas, así como la del salmista David y el pueblo de Israel, sean un testimonio constante de adoración. Que en medio de alegrías o pruebas, podamos decir: “Bendito sea Jehová Dios de Israel, de eternidad a eternidad”.